Estrategias del Estado Siglo XX

Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo

CHILE: RESULTADOS DE LAS ESTRATEGIAS DEL ESTADO A LO LARGO DE UN SIGLO

Manuel Riesco

CENDA

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Versión: 23-10-07 0:15

Preparado como antecedente del libro del autor

Chile Tras el Parto de un Siglo

Una Mirada al Mundo desde la Izquierda de América Latina

Presentación

El presente documento de trabajo presenta los antecedentes estadísticos que respaldan el capítulo correspondiente del libro del autor, Chile Tras el Parto de un Siglo. Una Mirada al Mundo desde la Izquierda de América Latina.

Se basa principalmente en la recopilación realizada por la Facultad de Economía y Administración de la Universidad Católica de Chile, y publicadas especialmente en el Documento de Trabajo Nº187 de enero del 2000, titulado Economía Chilena, Estadísticas Históricas, y sus documentos anexos. Dichas estadísticas fueron elaboradas por un equipo de investigadores dirigido por el profesor y ex decano, Rolf Lüders y en el cual participaron asimismo Juan Braun, Matías Braun, Ignacio Briones y José Díaz, entre otros investigadores.

El profesor Lüders fue asimismo un importante protagonista de uno de los eventos más relevantes de la historia socio-económica del país: la crisis de los años 1980. En su calidad de alto ejecutivo de uno de los principales grupos económicos de la época, fue testigo del voraz crecimiento de éstos durante los años 1970, en parte importante gracias a las privatizaciones efectuadas por la dictadura, así como de sus tribulaciones posteriores al desencadenarse la crisis. Llamado por Pinochet a asumir como bi-ministro de Hacienda y Economía a principios de 1982, procedió de inmediato a intervenir la banca, lo que acarreó la quiebra de los principales grupos de entonces, incluido el que el dirigía poco antes.

El trabajo realizado por los investigadores de la Universidad Católica inspirado por el profesor Lüders es de enorme significación y permite dar una nueva mirada a la historia republicana de Chile, basada en antecedentes socio-económicos sólidos y generales. Este autor expresa el más sincero reconocimiento de CENDA al importante trabajo realizado por la Universidad Católica, así como su decisión de ponerlos a disposición pública.

Manuel Riesco

Budapest, 12 de Julio 2007

Resumen

El trabajo intenta mirar la historia de Chile a lo largo del siglo XX a través del lente de sus principales cifras[1], siguiendo el hilo conductor de la evolución de sus relaciones sociales, es decir, la forma en que la gente vive y trabaja, y las instituciones que ha creado. Las cifras hablan en lo fundamental por si solas. A veces, sorprenden el sentido común establecido. Otras, parecen confirmar algunas conclusiones de la economía política de modo espectacular.

El país se transformó por completo durante el último siglo. Ello ocurrió en un proceso único presidido por la acción del Estado. Sin embargo, las sucesivas estrategias que guiaron su accionar lo dividen tajantemente en dos períodos, generalmente denominados desarrollismo y consenso de Washington. El cambio de uno a otro marca violentos contrastes, sin embargo, ambos presentan asimismo significativos aspectos de continuidad.

Los campesinos tradicionales, que en el censo de 1930 representaban todavía la mitad de la población, se habían extinguido en buena medida el 2006. Su dolorosa transformación en asalariados urbanos constituye la principal epopeya del período. Desde 1929 la población se multiplicó cuatro veces (3,9), alcanzando cerca 16,4 millones el 2006. Mientras tanto, la población rural permaneció estancada todo el tiempo en los mismos 2,2 millones de entonces. Sin embargo, los de ahora son bien diferentes a los de entonces.

Al mismo tiempo, la población de las cinco principales ciudades se multiplicaba por seis (6,2) y los habitantes de Santiago por siete (7,1). La fuerza de trabajo – que mide la población en disposición a trabajar en el mercado - se multiplicó casi cinco veces (4,7). El mercado laboral creció así bastante más que la población debido principalmente a que las mujeres trabajadoras aumentaron más de ocho veces (8,3).

El país se modernizó y su producción se diversificó, extraordinariamente. La producción manufacturera aumentó casi catorce veces (13,6 veces), marcando el crecimiento general de la economía especialmente debido a su rápido crecimiento durante el desarrollismo. La producción física de cobre creció más de quince veces (16,7) mientras la de carbón es hoy la mitad de 1929 (0,5), y lo mismo ocurre con el salitre (0,4). Las exportaciones se multiplicaron por veinte (19,9 veces) y las importaciones algo menos (17,8 veces), especialmente durante el consenso de Washington. La exportación de manufacturas ha crecido constantemente, desde una fracción muy pequeña del total (4,6% ) antes de la Gran Depresión, a poco menos de la mitad (42,3% ) en la actualidad. Sin embargo, las exportaciones industriales principales continúan siendo de hecho materias primas escasamente elaboradas.

El valor agregado de las mercancías producidas anualmente – bienes y crecientemente servicios –, medido por el producto interno bruto (PIB), ha crecido casi catorce veces (13,8). Ello se debe en parte a que el producto por trabajador ha aumentado casi tres veces (2,9). Sin embargo, la razón principal es que la fuerza de trabajo se ha casi quintuplicado (4,7).

El comportamiento de ambos factores difiere sustancialmente en ambos períodos estratégicos, siendo el desarrollismo mucho más intensivo. Es decir, el crecimiento económico se explica en mayor medida por el incremento de la productividad. Ello puede deberse en parte importante a la acelerada migración campesina sumada al extraordinario esfuerzo realizado por el Estado desarrollista para mejorar la salubridad y educación de la fuerza de trabajo. En cambio, durante el consenso de Washington, se estanca la productividad mientras se dispara el crecimiento extensivo de la fuerza de trabajo, principalmente debido a la masiva incorporación de las mujeres.

Las remuneraciones reales han subido más de cuatro veces (4,3). Sin embargo, ello tuvo lugar exclusivamente durante el período desarrollista, mientras se recortaron brutalmente tras el golpe de Estado, lo que no ha logrado ser compensado suficientemente con su recuperación posterior a 1990.

Sin embargo, el pago al factor trabajo considerado en su conjunto creció más de 20 veces desde 1929. Durante el desarrollismo, ello se debió principalmente al rápido incremento tanto en las remuneraciones promedio como en la fuerza de trabajo. Durante el consenso de Washington, en cambio, ello se originó en el crecimiento muy rápido de esta última el que compensó en parte el deterioro de las primeras.

El estancamiento de las remuneraciones durante el segundo período fue tan severo, que el pago al factor trabajo fue inferior al crecimiento del PIB, a pesar del rapidísimo incremento de la fuerza de trabajo. Ello se verifica aún antes de considerar el aumento en la tasa de desempleo la que se duplicó durante este período, lo que agrava dicho deterioro. Sin embargo, la mejora en la distribución del ingreso en favor del factor trabajo fue tan significativa durante el período desarrollista, que a pesar de su retroceso durante el segundo período, ésta es hoy significativamente mejor que antes de la Gran Crisis

El Estado y especialmente las políticas sociales se incrementaron mucho más todavía, puesto que el gasto público aumentó casi treinta veces (28,7) y el gasto social más de cien (108,9). El crecimiento mayor fue en educación (36,7) y especialmente en salud (110.0) (Tablas 10 y 11). El pago de pensiones, dejaba un excedente hasta 1981, sin embargo, tras la privatización de las contribuciones a la seguridad social absorbe más del 40% del gasto público social.

Los alumnos matriculados aumentaron más de seis veces (6,2), especialmente en educación media (25 veces) y se dispararon en el nivel superior (151 veces), mientras los matriculados en educación básica aumentaron lo mismo que la población (3,8 veces). El gasto en educación por alumno, en cambio, aumentó más de cuatro veces en educación básica (4,3), pero no alcanzó a duplicarse (1,9 veces) en educación media. En cambio, su nivel actual en educación superior luego de crecer extraordinariamente hasta 1973, fue recortado luego de modo que hoy es casi igual al de 1929 (1,2 veces).

Casi todas las mejoras en educación se explican por el extraordinario incremento tanto de las matrículas como del gasto total y por alumno durante el desarrollismo. Luego del golpe militar, en cambio, las matrículas disminuyeron durante una década y el gasto total bajó a menos de la mitad y se redujo aún más medido por alumno. Todo el fuerte aumento paralelo del gasto privado y buena parte de la recuperación del gasto público se ha concentrado en establecimientos privados, sin embargo, solo los sectores de mayores ingresos logran acceso a educación de buena calidad.

Este deterioro brutal no ha logrado revertirse todavía, a pesar de los esfuerzos realizados a partir de 1990, porque el sesgo privatizador se ha mantenido. Posiblemente, el mismo incide decisivamente en el estancamiento de la productividad durante el período del consenso de Washington.

Conocer con objetividad los principales resultados de las estrategias anteriores parece indispensable para delinear con mayor precisión la que se esboza hacia el futuro. Asimismo, para construir el nuevo bloque que se requiere instalar en el poder para hacerla realidad. Ojalá las cifras que se presentan a continuación y la visión que ellas muestran, puedan ser de alguna utilidad en esta perspectiva.

Abstract

The paper tries to look at the history of Chile during the XXth century through the lens of its main statistics[2], following the thread of the evolution of its social relations, that is, the way people work and live, and the institutions they have created. The figures speak mostly by themselves. Sometimes, they surprise common sense. Others seem to spectacularly confirm some conclusions of political economy.

The country transformed itself completely during the past century. This took place in a single process, presided over by the State. However, the successive strategies that guided its action divide it sharply in two periods usually known as developmentalism and the Washington consensus. The change from one to the other signals violent contrasts, nevertheless, both seem to share as well significant aspects of continuity.

Traditional peasants, who in the 1930mcensus were over half of the population, had extinguished mostly by 2006. Their painful mutation into urban salaried workers constitutes the main saga of the period. Since 1929 overall population multiplied by four (3.9), reaching 16.4 million in 2006. In the meantime, rural population remained static in 2.2 million. However, they are today quite different from their kin of yesterday.

Meanwhile, the population of the five main cities multiplied six times over (6.2) and Santiago by seven (7.1). The labour force – that measures the population in disposition to work in the market – multiplied by five (4.7). The labour market grew faster than the population, mainly because women workers increased more than eight times over (8.3).

The country modernized and diversified, extraordinarily. Manufacturing signalled general economic growth, multiplying thirteen times over (13.6 times), especially because its fast growth during the developmentalist period. Copper production increased over sixteen times (16.7), meanwhile coal decreased in half (0.5), the same as nitrate (0.4). Exports grew (19.9 times) faster that the general economy, and so did imports (17.8 times), mainly during the Washington consensus. Manufacturing exports have grown faster, from a tiny fraction of the total (4.6%) to almost half (42.3%) today. However, most of them are still scarcely elaborated raw materials.

Value added to commodities produced each year – goods and increasingly services -, measured by gross domestic product (GDP) has increased almost fourteen times over (13.8). This may be explained in part because worker productivity increased threefold (2.9). However, the main reason is that the labour force increased almost five times (4.7).

The behaviour of these two factors differs dramatically in the two strategic periods, being developmentalism much more intensive. That is, economic growth stems in a larger extent from labour productivity increases, which in turn may be explained by the fast rural migration and the extraordinary emphasis of developmentalism to improve the education and health of the labour force. Meanwhile, labour productivity stagnates during the Washington consensus, at the same time that growth of the labour force shoot up, mainly due to the massive influx of women workers.

Real wages have increased over four times over (4.3). However, this only happened during developmentalism. Instead, they were slashed after the 1973 coup, and their recovery since 1990 has not been enough.

However, the share of salaries in overall income grew over 20 times over since 1929. During developmentalism, this happened because both salaries and the workforce increased very fast. During the Washington consensus, instead, it continued to happen only because of the latter, since wages stagnated.

The retrenchment of salaries during the latter period was so severe that the share of salaries grew slower than GDP, even though the workforce expanded extraordinarily. This happens even before taking into account the increase in unemployment rate, which doubled after the coup, aggravating this effect. However, the increase in the share of salaries was so considerable during developmentalism that it is significantly better today than before the Great Depression.

The State, and especially social policies grew even faster, as overall public expenditure increased almost thirty fold (28.7) and social expenditures over one hundred times (108.9). Growth was fastest in education (36.7) and especially in health (110.0). Since he privatization of pension contributions in 1981, instead of generating a surplus as until then, this item that accounts for over 40% of public social expenditure.

School enrolment grew over six times over (6.2), especially in secondary (25 times) and shot up in tertiary (151 times), and fairly the same as population (3.8 times), in primary level. Public expenditure by pupil increased four times in basic level (4.3 times), and twice over in secondary (1.9), meanwhile its amount in tertiary level after growing extraordinarily until 1973, has been slashed today to levels that are similar to 1929 (1.2 times).

Almost all the improvement in education is explained by the fast increase that took place during developmentalism, both in enrolment and public expenditure. After the coup, instead, enrolment decreased during almost a decade and expenditure was slashed by half, and worse still on a by pupil basis.

The educational system has not yet recovered from this quite brutal slashing, in spite of the efforts to this respect since 1990, because the privatizing bias has continued in place. All of the large increase in out of pocket expenses and large part of the recovery in public expenditure has gone to private institutions, however, only the well off have access to education of good quality.

This factor may explain in good part the above noted stagnation of worker productivity during the Washington consensus.

Introducción

El presente trabajo intenta mirar la historia de Chile a lo largo del siglo XX a través de sus principales cifras, siguiendo el hilo conductor de la evolución de las relaciones sociales. Es decir, de la manera en que la mayoría de sus habitantes han ido transformando sus formas de vida y trabajo, y las principales instituciones que han ido creando en el proceso. En este sentido, no se trata de un trabajo de economía, ni tampoco de historia, sino de economía política en su más estricto sentido.

Dos hitos demarcan el devenir del siglo XX: sendos golpes militares que tienen lugar con medio siglo de diferencia, en 1924 y 1973 y que por esas cosas del destino tienen lugar ambos un día 11 de septiembre. En esos instantes decisivos, el curso por así decirlo natural de los acontecimientos es intervenido por la fracción más organizada de aquella que constituye de lejos la principal construcción institucional de la sociedad chilena: el Estado. Definen las dos principales estrategias que orientaron su actuar a lo largo la mayor parte del siglo XX. Ambas se confrontaron violentamente entre sí, sin embargo, en determinado sentido parecen conformar asimismo una unidad: Sucesivamente, mediante ambas, el Estado presidió el largo y doloroso proceso de transformación socio-económica que discurrió en el trasfondo y que dio a luz el Chile moderno.

Las dos estrategias estatales referidas no fueron exclusivas de Chile, ni mucho menos. Sin embargo, presentaron aquí rasgos paradigmáticos y se manifestaron muy tempranamente, especialmente la segunda. Ambas parecen haberse manifestado de modo más o menos contemporáneo en todos los países que durante el siglo pasado conformaron el mundo subdesarrollado. Sin embargo, las formas que adoptaron unas y otras fueron asombrosamente diferentes en cada lugar. Especialmente si se analiza también mediante estas categorías a los países que conformaron el campo socialista – los cuales de acuerdo a este punto de vista habrían experimentado un caso límite del desarrollismo.

En América Latina, las dos estrategias se manifestaron en casi todos los países y se han denominado generalmente “desarrollismo” y “consenso de Washington,” respectivamente. En el caso chileno, sin embargo, la segunda de ellas fue impuesta a sangre y fuego por una dictadura contra-revolucionaria mucho antes que llegara a ser consensual en América Latina y el resto del mundo. Adoptó asimismo una forma extrema. Por ello, generalmente se la denomina en este país el “período neoliberal.”

Sin embargo, hay que destacar que se divide a su vez en dos etapas muy diferentes y es sólo durante la primera de éstas que la dictadura de Pinochet y sus asesores, los revanchistas y fanáticos “Chicago boys,” hacían gala de su adhesión a dicha escuela económica extremista. La segunda etapa de este período transcurre en cambio bajo la conducción de gobiernos democráticos. Los economistas que los han asesorado rechazarían, probablemente todos ellos, el mote de “neoliberales,” el cual consideran más bien un insulto.

Por otra parte, sin embargo, es un hecho que ellos han sido muy influyentes en que sus gobiernos hayan mantenido en lo fundamental los lineamientos estratégicos del período en su conjunto. Principalmente, la idea que para impulsar el desarrollo lo principal es crear las mejores condiciones posible para el desarrollo de los mercados y los negocios en un contexto de apertura indiscriminada al comercio e inversión extranjeras. Con el distorsionado sesgo adicional que para ello es posible y aún conveniente, continuar desmantelando el rol del Estado y mantener constreñidas las demandas sociales. Ciertamente, sin embargo, el sesgo aludido se ha moderado respecto del fanatismo de los “Chicago boys.”

De este modo, durante esta fase, la segunda de las grandes estrategias de desarrollo ha adquirido en Chile contornos más moderados y razonables. Similares en cierta medida a aquellos con que se ha aplicado en los grandes países de América Latina, e incluso en algunos pequeños como Costa Rica que parecen haber sido bastante ejemplares en la materia.

Si bien se ha continuado promoviendo los negocios de modo bastante unilateral, especialmente los del capital foráneo, de alguna manera se ha buscado restablecer en alguna medida el rol del Estado. Especialmente en lo que se refiere al nivel de gasto público social y algunas regulaciones, como las que se establecieron durante los primeros años. Sin embargo, en lo grueso se han continuado desmantelando algunas de sus funciones básicas, como la de proporcionar servicios sociales eficientes o capturar la renta de la tierra.

Por estos motivos, se preferirá la denominación del “consenso de Washington” para denominar a la segunda estrategia de desarrollo

El Estado y las burocracias fueron un actor fue decisivo a lo largo del siglo XX. Sin embargo, ellos no existen al margen de la sociedad que los ha conformado. En su seno, juegan los actores sociales propiamente tales. Aquellos cuyas mentes y manos crean la riqueza de las naciones y dan vida a sus instituciones. En su nacimiento, auge, decadencia y muerte, y los conflictos muchas veces trágicos que acompañan cada uno de esos momentos, ellos van conformando el devenir histórico. Su curso durante el siglo pasado fue testigo de la muerte y sepultura de la vida campesina secular, al tiempo que nacían sus actores sociales modernos en un parto que ha durado un siglo.

Una vez completado este proceso en lo fundamental, parece probable que la sociedad chilena enfrente hoy aún otro cambio trascendental en su estrategia Estatal de desarrollo. Bajo el imperativo de construir en América Latina junto a sus iguales políticos un espacio mayor, crecientemente integrado, que aspire a la soberanía en el mundo del siglo que se inicia. Parece estar llegando, ahora sí, el tiempo del sueño de Bolívar.

Cuando fueron convocados por la historia, los trabajadores y las gentes sencillas del pueblo chileno respondieron con energía y firmeza. Asimismo, con singular prudencia e ilustración. Durante el trascendental clímax revolucionario de la experiencia desarrollista en Chile, forzaron las gigantescas e irreversibles transformaciones que el Estado realizó en breve tiempo y abrieron paso a la modernización definitiva del país. Removieron todas las trabas que impedían el bien de Chile.

La renovada actividad social y política que parece agitarles por estos días, muy posiblemente puede ser lo que está faltando para abrir paso a la nueva estrategia Estatal que el continuado progreso del país hace tiempo ya viene demandando.

Este actor se haya hoy día extendido de modo multitudinario a lo largo de estas tierras ubicadas en el fin del mundo. Sin embargo, bien poco ha logrado para si mismo, más bien, ha creado riquezas y traído la modernidad para que las gocen sus adversarios, como escribía Recabarren al despuntar el siglo pasado. Es de desear que en la nueva fase que se inicia, todos quienes ahora conforman esta sociedad establezcan entre si un nuevo contrato que redistribuya de modo más justo la riqueza y el poder en su seno.

Conocer con objetividad los principales resultados de las estrategias anteriores parece indispensable para delinear con mayor precisión la que se esboza hacia el futuro. Asimismo, para construir el nuevo bloque que se requiere instalar en el poder para hacerla realidad. Ojalá las cifras que se presentan a continuación y la visión que ellas muestran, puedan ser de alguna utilidad en esta perspectiva.

El Ascenso Cíclico de la Economía

Las cifras del siglo XX hablan en lo fundamental por si solas. A veces, sorprenden el sentido común establecido. Otras, parecen confirmar algunas conclusiones de la economía política de modo espectacular.

Para lograr esta presentación sintética, ha sido necesario un largísimo y cuidado trabajo de selección, recopilación y preparación. El grueso del mismo ha correspondido a los investigadores de la Universidad Católica dirigido por el profesor Lüders. El aporte de CENDA ha consistido principalmente en completar las series de la UC hasta el 2006. Adicionalmente, organizarlas de acuerdo a los principales períodos estratégicos, y muy especialmente, medir su evolución en correspondencia a los principales ciclos económicos.

Como es sabido, el proceso de la producción capitalista sigue un curso de ascenso cíclico. Desde que se manifestara en el mundo de modo apreciable, se han registrado alrededor de treinta ciclos económicos de importancia, el primero de los cuales tuvo lugar en 1825. El penúltimo alcanzó su punto culminante el 2000, el día antes del pinchazo de lo que se ha denominó la “burbuja de las .com” en los EE.UU. En el mundo en desarrollo y también en Chile, el punto más alto de aquel ciclo se alcanzó un poco antes, en 1997. El que se encuentra actualmente en curso aparentemente está a punto de reventar precisamente por estos días (agosto 2007).

En el curso del período estudiado, se pueden identificar en la economía chilena al menos 6 ciclos mayores que parecen alcanzar sus puntos más elevados en los años 1929, 1946, 1958, 1972, 1981 y 1997. A ellos se agrega el ciclo que se encuentra hoy en pleno curso, cuya evolución se sigue hasta el 2006, último año para el cual se disponen cifras. Adicionalmente, se ha medido la evolución de un ciclo que va desde 1884 hasta 1918, ambos años de auge económico, para dar una idea de la dinámica de la sociedad chilena antes de iniciar su gran proceso de transformación. Por cierto, varios ciclos menores se evidencian al interior de cada uno de los señalados.

La medición de las cifras entre momentos comparables de los ciclos económicos – en este caso se han escogido los años de máximo auge - es una condición indispensable para apreciar su evolución con objetividad. Muchas veces, por el contrario, se suele comparar el auge de un ciclo con la depresión de otro, o viceversa. Los resultados de tales cotejos muestran a menudo tendencias equívocas y pueden llevar a las conclusiones más disparatadas. Precisamente debido a este error metodológico, ciertos análisis se han hecho tristemente famosos al proclamar “vamos bien, mañana mejor” justo antes de desatarse las crisis más desastrosas. Al revés, en cada período de depresión abundan los profetas del Apocalipsis que auguran el estrangulamiento de la producción capitalista, el fin del trabajo y una serie de tonterías por el estilo. Sus autores han esgrimido las teorías más delirantes para sustentar estas monumentales metidas de pata.

Las mediciones que se presentan a continuación muestran, en cambio, un proceso de desarrollo cuyo extraordinario dinamismo se manifiesta en constantes y a veces violentas fluctuaciones, a través de las cuales se asientan, sin embargo, tendencias de largo plazo que parecen acotadas y razonables.

En la delimitación de los períodos principales, se han adoptado algunas decisiones metodológicas que pueden resultar discutibles, y que por lo mismo parece necesario explicitar. Tal como se ha mencionado, se ha escogido el día 11 de septiembre, de 1924 y 1973 respectivamente, como las fechas de inicio de los grandes períodos estratégicos en torno a los cuales que se ordenan todas las cifras. Ello tiene una justificación bastante evidente desde el punto de vista histórico y presta cierta elegancia al discurso. Sin embargo, tales años no coinciden con los momentos de auge – tampoco de depresión - de los respectivos ciclos económicos mayores.

La primera fecha cae más o menos en la mitad del largo ciclo que se inicia en 1918 y culmina con la Gran Crisis de 1929. Por este motivo, aunque se consigna 1924 como inicio del período desarrollista, se utiliza 1929 como año base para las cifras correspondientes a dicho período. Adicionalmente, en 1930 se realizó el censo de población que marcó el hito en que por primera vez los habitantes de las ciudades y pueblos igualaron en número a los campesinos.

El segundo 11 de septiembre sobreviene poco después que el ciclo que se había iniciado en 1958 alcanzase su punto más elevado en 1972. Asimismo, mucho antes que tope fondo la depresión ya en curso que marcaría el inicio del ciclo siguiente, la cual se hunde hasta 1975. Adicionalmente, las cifras de 1972 y 1973 se prestan todavía para a tipo de controversias según la fuente que se elija. La violenta lucha política de esos años se reflejó asimismo en sus estadísticas, cuya mayor distorsión fue la grosera falsificación que la dictadura no bien asumida hizo del índice de precios a consumidor (IPC) e 1973 (Cenda 2001).

Ello todavía no se supera del todo, aunque progresivamente se abre paso una visión más objetiva del período. Las cifras de la UC constituyen un aporte muy importante en este sentido, siendo por lo general muy objetivas. Casi todas sus series muestran que el año de máxima actividad del ciclo referido fue 1972, e incluso 1973 para muchas cifras de producción física. Sin embargo, su serie del PIB consigna una baja para 1972, a diferencia de lo que registran las cifras oficiales de la época, las que parecen más creíbles.

Por este motivo, principalmente, para evitar polémicas innecesarias, en este trabajo se utiliza por lo general el año 1971 como año de máximo del referido ciclo iniciado en 1958. En varias de las comparaciones, sin embargo, y cuando las cifras no se prestan a controversias, se utilizan las correspondientes a 1972 y 1973 como año de término del período desarrollista. Ello es más representativo, por ejemplo, para las cifras de gasto público (1972) o de matrículas escolares (1973).

Finalmente, para dar una idea de lo que usualmente se denomina el período oligárquico – anterior a 1924 -, se ha utilizado por lo general el período que va desde 1884 hasta 1929, ambos años de auge, como se ha mencionado. Sin embargo, al extender el período referido hasta fines de la década de 1920 se introduce una cierta distorsión al contabilizar como parte del mismo los resultados de las políticas desarrollistas pioneras implementadas por la dictadura de Ibánez. Especialmente, sus extraordinarios incrementos en el gasto público, además de un significativo incremento de salarios reales, entre otros aspectos. Debido a este factor los resultados del período desarrollista considerado como un todo se subestiman levemente.

Por otra parte, los resultados agregados para los períodos estratégicos se complementan con los de cada uno de los ciclos económicos individuales. De esta manera, el lector puede inferir fácilmente las necesarias correcciones a las cifras de los primeros, así como apreciar la evolución al interior de cada uno de ellos.

Resultados de las Estrategias del Estado en Un Siglo de Desarrollo Económico y Social

Chile se transformó por completo durante el último siglo. Ello ocurrió en un proceso único presidido por la acción del Estado. Sin embargo, las sucesivas estrategias que guiaron su accionar lo dividen tajantemente en dos períodos. El cambio de uno a otro marca violentos contrastes, sin embargo, ambos presentan asimismo significativos aspectos de continuidad.

Continuidad y ...

Los campesinos tradicionales, que en el censo de 1930 representaban todavía la mitad de la población, se habían extinguido en buena medida el 2006. De hecho, los inquilinos y otros campesinos dependientes de haciendas que abundaban entonces no existen ya más. Tampoco los latifundistas ni las haciendas. Todos ellos desaparecieron en la vorágine del proceso que constituyó la verdadera epopeya de este tiempo.

Para ser más precisos, desde 1929 la población se multiplicó cuatro veces (3,9), alcanzando cerca 16,4 millones el 2006. Mientras tanto, la población rural permaneció estancada todo el tiempo en los mismos 2,2 millones de entonces. Es decir, todo el aumento se originó en las ciudades o migró hacia ellas. Visto de otra manera, al menos la mitad de los chilenos de hoy nacieron en el campo, ellos mismos, o sus padres, o sus abuelos. Todavía permanecen allí alrededor de uno de cada diez habitantes, lo que es mucho si se compara con los países desarrollados, donde hoy representan el 2% o 3%, a lo sumo. Sin embargo, en su mayor parte viven y trabajan ahora de modo bien diferente. Y continúan migrando muy rápido, especialmente los jóvenes (Tablas 2 y 3).

Al mismo tiempo, la población de las cinco principales ciudades se multiplicaba por seis (6,2) y los habitantes de Santiago por siete (7,1). La capital creció todavía más, puesto que la segunda mayor ciudad es hoy día Puente Alto, y San Bernardo ha igualado ya al tamaño del puerto de Valparaíso, que ocupa todavía el quinto lugar. Las dos primeras son en realidad comunas del Gran Santiago, aunque no se consideran parte de la ciudad según la definición oficial. Con todo, el proceso de centralización en las cinco mayores ciudades, las que incluyen a todo el Gran Santiago, alcanzó su máximo en los años 1980 (41,1% del total). Desde entonces, la proporción que representan en la población total ha venido disminuyendo levemente (39,8% el 2006) a medida que algunas ciudades de tamaño medio y pequeño crecen aún más rápido (Tablas 4 y 5).

La fuerza de trabajo – que mide la población en disposición a trabajar en el mercado - se multiplicó casi cinco veces (4,7). El mercado laboral creció así bastante más que la población debido principalmente a que las mujeres trabajadoras aumentaron más de ocho veces (8,3) (Tablas 6 y 7). En realidad, este múltiplo es probablemente todavía mucho mayor, puesto que ellas cruzan a cada momento la etérea frontera entre su trabajo en el mercado y en el hogar. Así lo demuestran las estadísticas de las AFP, donde las mujeres que mantienen una cuenta activa exceden la fuerza de trabajo femenina estimada por el INE en más de un tercio (Tablas 17 y 18).

La mayor parte de quiénes se incorporaron al mercado del trabajo lo hicieron en la construcción (la FT crece 9 veces), comercio (8,6) y otros servicios (8,9). Mientras tanto, la fuerza de trabajo en la agricultura y pesca (1,6) y minería (1,1) no es mucho más numerosa que antes de la Gran Depresión (Tablas 6 y 7). La FT en la manufactura por su parte creció cuatro veces, igual que la población total. Sin embargo, como se verá, el movimiento de cada una de las ramas difiere mucho entre los períodos estratégicos considerados.

El valor agregado de las mercancías producidas anualmente – bienes y crecientemente servicios –, medido por el producto interno bruto (PIB), ha crecido casi catorce veces (13,8). Ello se debe en parte a que el producto por trabajador ha aumentado casi tres veces (2,9) (Tablas 8 y 9). Sin embargo, la razón principal es que la fuerza de trabajo, es decir, el número de trabajadores que producen para el mercado se ha casi quintuplicado (4,7), como se ha visto.

Nuevamente, el comportamiento de ambos factores difiere sustancialmente en ambos períodos estratégicos, siendo el desarrollismo mucho más intensivo. Es decir, el crecimiento económico allí se explica en mayor medida por el incremento de la productividad. En cambio, durante el consenso de Washington, se estanca la productividad mientras se dispara el crecimiento extensivo de la fuerza de trabajo, principalmente debido a la masiva incorporación de las mujeres, como se ha visto. Ello puede deberse en parte importante al esfuerzo mucho mayor realizado en educación durante el primer período (Tablas 6 a 11; Figuras 1,2).

Las remuneraciones reales han subido más de cuatro veces (4,3). Sin embargo, como se verá, ellas crecieron principalmente durante el período desarrollista, mientras se recortaron brutalmente tras el golpe de Estado, lo que no ha logrado ser compensado suficientemente con su recuperación posterior a 1990 (Tablas 8 y 9, Figura 4).

Sin embargo, el pago al factor trabajo considerado en su conjunto creció más de 20 veces desde 1929. Durante el desarrollismo, ello se debió principalmente al rápido incremento tanto en las remuneraciones promedio como en la fuerza de trabajo. Durante el consenso de Washington, en cambio, ello se originó en el crecimiento muy rápido de esta última el que compensó en parte el deterioro de las primeras.

El estancamiento de las remuneraciones durante el segundo período fue tan severo, que el pago al factor trabajo considerado en su conjunto fue inferior al crecimiento del PIB, a pesar del rapidísimo incremento de la fuerza de trabajo. Ello se verifica aún antes de considerar el aumento en la tasa de desempleo durante este período, que agrava dicho deterioro.

Sin embargo, la mejora en la distribución del ingreso en favor del factor trabajo fue tan significativa durante el período desarrollista, que a pesar de su retroceso durante el segundo período, ésta es hoy significativamente mejor que antes de la Gran Crisis (Tablas 8 y 9, Figura 4).

El Estado y las políticas sociales se incrementaron mucho más todavía, puesto que el gasto público aumentó casi treinta veces (28,7) y el gasto social más de cien (108,9). El crecimiento mayor fue en educación (36,7) y especialmente en salud (110) (Tablas 10 y 11). El gasto en previsión prácticamente no existía en 1929 y aunque aumentó mucho durante las décadas siguientes, se financiaba holgadamente con las contribuciones salariales, las que generaban un superávit cuantioso hasta 1981 (Cenda 2006b). Sin embargo, debido a que a partir de ese año las últimas fueron canalizadas íntegramente hacia las AFP, el pago de pensiones absorbe desde entonces más del 40% del gasto público social (INP-Cenda 2005).

Los alumnos matriculados aumentaron más de seis veces (6,2), especialmente en educación media (25 veces) y se dispararon en el nivel superior (151 veces), mientras los matriculados en educación básica aumentaron lo mismo que la población (3,8 veces). El gasto en educación por alumno, en cambio, aumentó más de cuatro veces en educación básica (4,3), pero no alcanzó a duplicarse (1,9 veces) en educación media y permaneció casi constante en educación superior (1,2 veces).

Casi todas las mejoras en educación se explican por el extraordinario incremento tanto de las matrículas como del gasto total y por alumno durante el desarrollismo. Luego del golpe militar, en cambio, las matrículas disminuyeron durante una década y el gasto total bajó a menos de la mitad y se redujo aún más medido por alumno. Este deterioro brutal no ha logrado revertirse todavía, a pesar de los esfuerzos realizados a partir de 1990 (Tablas 10 y 11). Posiblemente, como se argumentará más adelante, el mismo incide decisivamente en el estancamiento de la productividad durante el período del consenso de Washington.

El país se modernizó y su producción se diversificó, extraordinariamente. La generación de energía eléctrica aumentó casi 60 veces (59,4), a un ritmo más o menos constante. La producción manufacturera aumentó más o menos lo mismo que el PIB (13,6 veces), especialmente debido a su rápido crecimiento durante el desarrollismo, puesto que luego se estancó relativamente. La producción física de cobre creció más de quince veces (16,7) y la de plata más de treinta (32,1), mientras la de carbón es hoy la mitad de 1929 (0,5), y lo mismo ocurre con el salitre (0,4), sin embargo la de yodo ha aumentado más de diez veces (11,7). La producción de trigo (1,7 veces) y cebada (1,0) es hoy similar a la de 1929, mientras la de maíz ha crecido más de veinte veces (20,4) (Tablas 12 y 13).

Las exportaciones crecieron veinte veces (19,9 veces) y las importaciones algo menos (17,8 veces). En ambos casos, ello ocurrió debido a su rápido incremento durante el período del consenso de Washington. Se han diversificado constantemente, de modo que las mineras han bajado de casi un 90% del total exportado antes de la Gran Crisis (86,9%) a menos de la mitad en la actualidad (48,4%). Las exportaciones agropecuarias propiamente tales representan hoy (9,3%) como entonces (10,3%) alrededor de la décima parte del total exportado. (Tablas 14 y 15)

La exportación de manufacturas ha crecido constantemente, pasando de menos de un 4,6% del total antes de la Gran Depresión, al 42,3% en la actualidad. Sin embargo, las exportaciones industriales principales continúan siendo de hecho materias primas escasamente elaboradas, como atestiguan los productos que encabezan la lista el 2006: salmones y truchas (13% del total exportado en manufacturas), celulosa blanqueada (7%), vino (6%), y metanol (5%) (Tabla 19).

El incremento relativo del comercio exterior en el último período era de esperarse, puesto que el arancel promedio se redujo a menos de la tercera durante el período del consenso de Washington considerado en su conjunto (promedio de 6,7% en el período), comparado con el período desarrollista (21,7%). No deja de constituir una sorpresa, sin embargo, que los aranceles promedio durante al período del llamado “desarrollo hacia afuera” (17,2%) anterior a la “sustitución de importaciones” propia del desarrollismo hayan sido parecidos a los de este último.

Sin embargo, el volumen total del comercio exterior, es decir la suma de exportaciones más las importaciones representa hoy un peso en relación a la economía en su conjunto similar al que tenía durante el período llamado oligárquico, es decir antes del período desarrollista. Para tener una idea de esta relación usualmente se compara el producto interno bruto (PIB) con la suma de exportaciones más importaciones. Así medido, el volumen total de comercio exterior representó en promedio poco menos de la mitad del PIB (44,7%) durante el largo período que va desde 1884 hasta la Gran Crisis. Luego, esa proporción se reduce hasta promediar aproximadamente un cuarto del PIB (26,2%) durante los años del desarrollismo, y subir nuevamente durante el período del consenso de Washington (38% en promedio). Durante el último ciclo analizado, 1997-2006, el volumen del comercio exterior ha recuperado el peso que tenía un siglo atrás (43%).

La medición indicada es importante, puesto que de alguna manera estima el nivel de entrelazamiento de la producción interna con el resto del mundo. Sin embargo, al efectuar esta relación se está comparando magnitudes que representan valores muy diferentes. En efecto, mientras el volumen del comercio exterior mide el precio total de las mercancías exportadas e importadas, el PIB representa, en cambio, sólo el valor agregado de las mismas, lo cual se analizará en detalle más abajo. Por el contrario, bien medido, el aporte neto del comercio exterior al PIB no depende de la suma, sino de la diferencia entre exportaciones menos importaciones, conocida también como la balanza comercial[3].

Si se mide de esta manera, los resultados no dejan de sorprender al sentido común. Estimado así correctamente, el aporte del comercio exterior se reduce a una proporción bajísima, de apenas unos pocos puntos porcentuales, del PIB – de hecho, este aporte resulta negativo cada vez que la balanza comercial es deficitaria, lo que ocurre con frecuencia frecuente. Adicionalmente - lo que es más interesante a efectos del presente estudio -, se aprecia una reducción constante del peso del comercio exterior en el PIB a medida que la economía se desarrolla a lo largo del siglo.

De este modo, el comercio exterior representa un aporte significativo al PIB durante el período oligárquico (6.1% del PIB en promedio), la que se reduce a una tercera parte durante el desarrollismo (2,1% en promedio) y se reduce mucho más aún durante el consenso de Washington considerado en su conjunto (0,3% en promedio) ¡prácticamente desaparece!. Incluso durante el ciclo actualmente en curso, cuando se han generado los superávit comerciales más elevados de la historia como resultado del alto nivel alcanzado por el precio del cobre, el aporte neto del comercio exterior al PIB (3,0% en promedio) es la mitad del nivel anterior a la Gran Depresión (Tablas 14 y 15).

La disminución anterior tiene que ver en parte con la evolución de los términos de intercambio, es decir, la relación entre los precios de los bienes y servicios importaciones con la de aquellos que el país exporta. Dicha relación ha sufrido un menoscabo tanto a lo largo del período desarrollista (-0,9% anual) como asimismo, aunque en menor medida (-0,6% anual) durante el consenso de Washington. De este modo, los términos de intercambio experimentan una caída a lo largo del siglo, la que se asiente sin embargo como un promedio a lo largo de constantes fluctuaciones cíclicas, como todas las cifras económicas en general. De este modo, mejoran a lo largo de las décadas anteriores a la Gran Depresión, para caer violentamente como consecuencia de la misma y recuperarse hasta principios de los años 1970. Sufren una nueva caída violenta durante esa década, la que se prolonga a lo largo de las siguientes, aunque en medida menor, y luego evidencian una recuperación en los últimos tres años. Por cierto, en Chile, dicha evolución sigue muy de cerca el precio del salitre, primero, y del cobre, después – es decir, el movimiento de la renta de los recursos naturales (Tablas 14 y 15).

Cambio

Las principales cifras del Chile del siglo XX evidencian la singular continuidad en el proceso de modernización social y económica que discurre en el trasfondo. Sin embargo, lo que más resalta de las mismas son los fuertes contrastes entre el período desarrollista y el neoliberal que le sigue.

Comprender estas diferencias puede ser interesante para ubicar a cada cual en el sitial que les corresponde. Esta cuestión parece especialmente necesaria en Chile, debido a la demonización que han hecho del primero los bien remunerados panegiristas del segundo, que han pintado de color de rosa. Observar el comportamiento de las principales variables socio-económicas en cada uno de ellos permite evaluar con sobriedad los resultados de una y otra estrategia.

Sin embargo, desde un punto de vista científico puede ser aún más relevante precisamente lo contrario. Es decir, apreciar cuales son las fuerzas profundas, el mar de fondo, los desplazamientos tectónicos que hicieron posible que éstas predominasen en uno y otro período. En particular, como la segunda estrategia resulta posible, principalmente, debido al éxito de la primera en cuanto a procrear los modernos actores sociales sobre los cuales se sustenta. Asimismo, como su auto-proclamado “milagro” se basa principalmente en las grandes transformaciones realizadas por aquella.

La gran transformación

El crecimiento de la población alcanzó promedios parecidos durante el desarrollismo (1,8% anual) y el consenso de Washington (1,7%). Sin embargo, ello oculta un movimiento que no fue constante ni mucho menos. Saliendo de su letargo secular, la población crece rápidamente a partir de la Gran Crisis, alcanzando su máximo ritmo hacia mediados de siglo (2,1% anual), el que se mantiene hasta la década de 1970. Luego, se frena bruscamente hasta bajar en la actualidad al mismo ritmo que al despuntar el siglo XX (1,2% anual) (Tablas 2 y 3, Figura 1).

La principal causa de esta evolución es la gran migración del campo. Es sabido que la primera generación llegada a la ciudad mantiene la costumbre de tener muchos hijos. Al mismo tiempo, sin embargo, el mejor acceso a la sanidad disminuye drásticamente la mortalidad infantil. En el caso chileno, ello coincide asimismo con los grandes avances sanitarios universales del siglo XX, los cuales beneficiaron a toda la población. Ello produce una explosión en la tasa general de crecimiento. Las generaciones urbanas sucesivas, en cambio, bajan drásticamente la tasa de hijos por mujer y el crecimiento demográfico se detiene, llegando incluso a retroceder en los países más avanzados.

Ello se comprueba en Chile, donde el mayor crecimiento poblacional coincide con el momento en que la migración rural alcanza su máxima velocidad, hacia mediados de siglo. Entonces, casi uno de cada cien habitantes (-0,8% de la población total) se traslada del campo a la ciudad ¡cada año!. La velocidad se mantiene muy elevada hasta los años 1970 (-0,6% anual), pero luego se reduce rápidamente hasta alcanzar en la actualidad más o menos el mismo nivel que en los años 1920 (-0,2% anual) (Tablas 2 y 3, Figura 1). [4]

Figura 1 : La gran migración

La Gran Depresión y el nacimiento del proletariado urbano

El impacto de la Gran Depresión sobre la migración a las ciudades es impresionante. Ello se aprecia en el crecimiento explosivo de la población urbana en el curso el ciclo económico que va de 1929 a 1946, cuando el ritmo de crecimiento anual de las principales ciudades alcanza máxima rapidez. Durante esos pocos años, Santiago casi duplica su población (crece un 87%), superando el millón de habitantes (1.299.328), y las cinco mayores le siguen de cerca (crecen un 65%).

La Gran Depresión constituye, por así decirlo, la segunda contracción del primer gran pujo en el nacimiento de la moderna clase obrera chilena. Esta primera migración presenta dos momentos. El primero es el enganche de campesinos para trabajar en las minas de salitre en los desiertos del norte, que se extiende desde la década de 1880 y hasta 1929. Si esta primera contracción resulta lenta y gradual, la segunda es en cambio violentísima y extremadamente dolorosa. En sólo dos años, la crisis expulsa a cinco de cada seis obreros del salitre (Draibe-Riesco 2007, Illanes-Riesco 2007).

El salitre constituía, de muy lejos, la principal concentración de obreros antes del crash de 1929. La ocupación en las oficinas alcanzó asimismo su mayor nivel en 1928, cuando empleaban a 59,900 trabajadores, según cifras del historiador económico Eduardo Ortiz. La fuerza de trabajo nacional en ese año alcanzaba a 562.571 trabajadores, es decir, las salitreras ocupaban mas de uno de cada diez trabajadores activos del país (Illanes-Riesco 2007, UC 2000).

Es en ese momento cuando la ocupación en las oficinas alcanza su máximo nivel, al igual que la producción del mineral. Ello desmiente, de paso, el extendido mito que la crisis del salitre se habría debido a la invención del salitre sintético, ocurrida casi dos décadas antes. La producción de salitre evoluciona como sigue: supera el medio millón de toneladas en 1884, el millón en 1890, los dos millones en 1909, y alcanza los tres millones en 1917. Durante la década que sigue oscila locamente, entre uno y tres millones de toneladas por año, alcanzando sin embargo su máximo histórico en 1928, con 3.233.321 toneladas (Illanes-Riesco 2007, UC 2000).

El impacto de la crisis es letal. En 1933, la producción se había desplomado a 438.000 toneladas, poco más de la décima parte (13,5%) del máximo alcanzado cinco años antes. Los trabajadores se habían reducido a 8,711 en 1932 y en 1933 tocaron fondo en 8,394. Se recuperaron levemente a 14,777 en 1934 y continuaron subiendo lentamente los años siguientes (UC 2000, Illanes-Riesco 20007).

El salitre nunca se recuperaría completamente de este golpe. Hacia finales del siglo XX ocupaba menos de 5,000 trabajadores. Sin embargo, con una productividad casi cinco veces superior a la de entonces, éstos son capaces de producir alrededor de un 40% de los máximos logrados en 1929, cuando el número de obreros era diez veces mayor (Tablas 12 y 13, Illanes-Riesco 20007).

Algunos de los expulsados del desierto regresaron al campo desde donde habían sido enganchados años antes. La mayor parte, sin embargo, se traslada a las ciudades. Principalmente a Santiago, cuya población prácticamente se duplica en pocos años, como se ha visto. Esta migración en reversa afecta a alrededor de uno de cada diez trabajadores y su impacto sobre la estructura social chilena sería inconmensurable.

Su efecto más inmediato y trascendente es que por primera vez aparece en forma masiva sobre el paisaje social chileno el actor moderno por excelencia: el asalariado urbano o proletariado propiamente tal. Cabe señalar que la relación social preexistente en las oficinas salitreras más se parecía todavía a la existente en las haciendas desde donde habían sido enganchados los trabajadores – ¡hasta pagaban en fichas! (Illanes-Riesco 20007).

Esto se aprecia nítidamente en el brusco incremento de la fuerza de trabajo disponible a ocuparse en el mercado que se verifica durante el ciclo 1929-1946. Durante esos años, el ritmo de incremento de la FT triplica el registrado durante el ciclo anterior (Figura 1, Tablas 6 y 7). Sobre esta nueva base social y bajo el impulso de la sustitución de importaciones, la industria manufacturera duplica su producción entre 1932 y 1947, la vuelve a duplicar hacia 1959 y hacia el final del período desarrollista en 1972-73 era seis veces mayor que antes de la gran crisis (UC 2000, Tablas 12 y 13).

Otra consecuencia trascendente de la crisis de las salitreras discurre en el espacio más sutil de la conciencia de los trabajadores. Bien poco trajeron de vuelta del desierto los desplazados por la crisis. Sus manos habían creado riquezas inmensas – buena parte de las cuales se esfumaron en especulaciones financieras en la City de Londres donde el llamado Rey del Salitre, John Thomas North, murió sin un peso, igual como empezó. Sin embargo, regresaban con ellas vacías. Más piojos traían consigo que monedas cuentan los que los vieron llegar, tantos que se desató por esos años en Santiago una epidemia de tifus exantemático. Sin embargo, atesoraban en sus conciencias la rica experiencia adquirida en las salitreras. Muchos aprendieron allí a leer y escribir y especialmente, todos se graduaron en la escuela superior de las huelgas y luchas sindicales.

El Partido Comunista, por ejemplo, nacido en las salitreras en 1912, se transformó en un partido nacional en el curso de sólo dos años, 1931 y 1932, a medida que sus cuadros fogueados en el desierto se dislocaron a lo largo de todo el territorio. Al poco andar, este desplazamiento de hombres y conciencias tendría un impacto sobre la estructura socio-económica todavía mayor que la Gran Depresión. Mediante su influencia sobre la acción del Estado, originaría el segundo gran pujo del parto de la moderna clase obrera chilena. Pero para ello habrá que esperar todavía algunas décadas.

La reforma agraria, segundo gran pujo del parto del siglo

Si se comparan los dos períodos analizados, se aprecia que lo fundamental de la migración campesina tiene lugar durante el período desarrollista. Como se ha visto, el ritmo general de aumento de la población es similar en ambos períodos. Sin embargo, durante el primero de ellos el ritmo de crecimiento de la población urbana es un 50% más acelerado, el de las cinco mayores ciudades un 60% mayor, y el de Santiago el doble más rápido (94% mayor), en relación al período que sigue (Tablas 4 y 5). Se ha constatado asimismo que la proporción de emigrantes rurales medida como porcentaje de la población total alcanza su máximo hacia mediados del siglo. Sin embargo, ello no significa que el proceso se haya completado entonces, ni mucho menos.

Durante los años 70 tiene lugar el segundo gran hito en la transformación del campesinado en asalariados urbanos. Esta vez, sin embargo, no es provocado por un terremoto económico sino político: una gran revolución seguida de una sangrienta contra-revolución. En la culminación del período desarrollista, los gobiernos de Frei Montalva y Allende realizan profundas reformas bajo el impulso de una extendida agitación social. Hacia el final, ésta alcanza proporciones de revolución hecha y derecha. Aunque es conducida desde las ciudades por trabajadores, estudiantes y sectores medios, suma por esos años – por primera y única vez – a las amplias masas del campesinado. Por esos años despiertan de su siesta secular, se organizan en sindicatos, y finalmente se toman los fundos a lo largo de todo Chile. Los “viejos” del salitre que habían regresado al campo tras la gran crisis cumplieron un rol nada despreciable en este despertar.

Fue gracias a este proceso turbulento y multitudinario que el gobierno de Allende en poco más de dos años fue capaz de expropiar prácticamente toda las tierras a lo largo del país – aparte de nacionalizar el cobre y realizar otros cambios que hoy parecen asombrosos. Desde luego, todas las haciendas que mantenían el viejo régimen de inquilinaje, pero asimismo otros campos que habían mutado ya en explotaciones capitalistas. También entraron en la colada una que otra pequeña propiedad de campesinos, lo cual fue exagerado con gran alharaca por la oposición a Allende, empeñada en asustar al grueso de la clase media y volverla contra el gobierno.

Es sabido que Pinochet terminó con la democracia, desmanteló en buena medida las instituciones del estado de bienestar creadas bajo el desarrollismo, y violó todas las leyes. Sin embargo, no pudo derogar la nacionalización del cobre. Muy por el contrario, mantuvo en manos del Estado la explotación del cobre y duplicó su producción, profitando de la enorme renta de los minerales - aunque dictó las leyes que más tarde sirvieron para volver a desnacionalizarlo. Es menos conocido, sin embargo, que respetó casi al pie de la letra – aunque en su estilo sanguinario - aquella que más odio había engendrado en los viejos terratenientes: la ley de reforma agraria.

En efecto, si bien devolvió a éstos, o más bien a sus hijos, alrededor de un tercio de las tierras expropiadas, por lo general lo hizo en la forma de “reservas” relativamente pequeñas establecidas en la misma ley. Otro tercio, conformado por predios de cordillera cubiertos de bosques nativos, las remató a grandes empresas forestales. Sin embargo, la mayor parte de las tierras expropiadas por Frei y Allende, alrededor del 40% de éstas, Pinochet las entregó efectivamente a los campesinos en la forma de parcelas individuales (Riesco 1988).

Por cierto, generalmente “tocaron parcela” sólo aquellos campesinos que se habían mantenido fieles a sus patrones. Bien distinta suerte corrió la mayor parte, especialmente aquellos que habían apoyado la reforma agraria. No sólo no “tocaron parcela,” sino que muchas veces hasta de sus “pueblas” - como llamaban la casa campesina con su cerco - los echaron, expulsándolos a los caminos por decenas de miles. Eso cuando lograron escapar de los escuadrones de la muerte conformados por militares y policías, que junto a dueños de fundo y sus lacayos recorrían los campos, asesinando por esos días a más de la mitad de los detenidos desaparecidos y ejecutados durante toda la dictadura.

Asimismo, a poco andar fueron expulsados los que vivían en las “reservas” y también en las grandes explotaciones forestales – aparte que los cambios en el régimen de propiedad en los mismos hacía inviable la restitución del inquilinaje, ningún propietario de tierras quería arriesgarse a nuevas ”tomas” campesinas.

De este modo, al cabo de pocos años tras la reforma agraria y especialmente debido a forma en que culmina ésta durante la dictadura, los campos se despoblaron casi por completo. Sólo permanecieron viviendo allí, con sus familias, los pequeños campesinos independientes y los nuevos parceleros de la reforma agraria. Unos y otros, sin embargo, han ido de a poco vendiendo sus propiedades – a veces a los descendientes de los antiguos latifundistas, otras a parceleros que prosperaron, y muchos a empresas forestales. De este modo en la actualidad su número no alcanza sino una fracción de los que eran antes de todos estos sucesos (Riesco 1988, Illanes-Riesco 20007).

Ello se aprecia claramente en las cifras. De hecho, si el ritmo de migración se mide como proporción de la población campesina remanente, se aprecia que acelera su ritmo constantemente hasta los años 1980. Durante la década de 1920 duplica el ritmo de principios de siglo, triplicándolo luego durante de la Gran Depresión, aumentando dicho ritmo a siete veces hacia mediados de siglo, y alcanzando un máximo de más de nueve veces en la década de 1970 y 1980. A partir de ese momento, el ritmo de migración se reduce rápidamente, bajando a menos de la mitad en la década de 1990 y a una tercera parte del nivel máximo en la actualidad. Sin embargo, aún hoy, el ritmo de migración campesina medido de esta manera continúa siendo más del triple que lo que era al empezar el siglo XX. Claro está, la proporción de campesinos que entonces era superior al 50% se ha reducido a poco más del 10% (Tablas 2 y 3, Figura 1).

La irrupción de la mujer trabajadora

Los dos grandes momentos del nacimiento de la moderna clase trabajadora se aprecian con claridad en las estadísticas de la fuerza de trabajo – las cuales, como se ha mencionado, estiman el número de personas en disposición a trabajar en el mercado, incluyendo tanto a los ocupados como a los cesantes. En efecto, dicha variable presenta dos saltos muy marcados, precisamente en los momentos señalados. Como ya se ha destacado, su tasa de crecimiento se triplica en la secuelas de la Gran Crisis, y se duplica tras el golpe militar (Tablas 6 y 7, Figura 1).

Se ha visto que desde 1929, mientras la población total se cuadruplicaba (3,9), la fuerza de trabajo crecía casi cinco veces (4,7). Sin embargo, el contraste es más notorio si se considera que mientras la primera crece más rápido durante el desarrollismo, el mayor incremento de la segunda se verifica hacia el final el siglo. Su ritmo de crecimiento es un 60% más acelerado durante el período del consenso de Washington, respecto del desarrollismo. Ello se debe principalmente a la incorporación de las mujeres, como se ha mencionado, puesto que la fuerza de trabajo femenina crece al final el doble de rápido que lo venía haciendo durante el desarrollismo. Ello ocurre asimismo como consecuencia de la urbanización, principalmente (Tablas 6 y 7).

Si se consideran los ciclos económicos individuales, se aprecia que el aumento de población y la velocidad de urbanización alcanzan su máxima velocidad hacia mediados del siglo, como se ha mencionado. En cambio, el rimo de crecimiento de la fuerza de trabajo sufre el salto ya mencionado inmediatamente después de la Gran Crisis, para luego bajar a un ritmo más moderado, el que sin embargo se vuelve a acelerar tras el golpe de 1973, alcanzando su máximo nivel en el curso del ciclo 1981-1997. Entre esos años, mientras la población total crece un 33,3% y la población urbana un 39,6%, la fuerza de trabajo aumenta cerca un 45,8%, y el número de mujeres que la componen crece un 86,9% (Tablas 6 y 7, Figura 1).

Estos ritmos disminuyen considerablemente durante el ciclo económico actualmente en curso. Sin embargo, todavía el crecimiento de la fuerza de trabajo (2.1% anual) continúa siendo casi el doble del la población en general (1,2% anual), y las mujeres crecen casi tres veces más rápido (2,9%). Como se ha visto, estas últimas crecen aún más rápido si se las mide según las estadísticas de las AFP, que son más confiables que las del INE, fuente de las cifras anteriores.

Estos cambios generales en la fuerza de trabajo no se aprecian de la misma manera en las diferentes ramas de la economía. En muchas de ellas, especialmente las de comercio y servicios, el ritmo de crecimiento es más rápido durante el período del consenso de Washington. Incluso se aprecia una leve recuperación en la fuerza de trabajo agrícola, que se había mantenido totalmente estancada durante el desarrollismo en su conjunto, disminuyendo incluso bastante durante el ciclo 1958-1971.

Sin embargo, hay una excepciones significativas. La fuerza de trabajo en la industria manufacturera, como asimismo en la construcción y transporte, todos ellos parte de los llamados “sectores productivos,” crecieron muy rápidamente durante el período desarrollista. En cambio, se estancan e incluso disminuyen las dos últimas durante la primera década de dictadura, cuando se produce la apertura indiscriminada al exterior.

La compleja montaña rusa del producto interno bruto (PIB)

No existe cifra económica mas relevante que el producto interno bruto (PIB). Éste no mide el precio total de las mercancías producidas – como erróneamente supone el sentido común – sino el valor nuevo, “agregado,” cada año. Se calcula sumando los precios de todas las mercancías producidas y restando el de aquellas utilizadas como insumos – bienes y servicios en ambos casos. A ellos se suman las exportaciones y se restan las importaciones. Es decir, estima de modo bastante preciso el valor neto creado por el trabajo humano y efectivamente realizado en el mercado.

Su evolución en Chile a lo largo del período estudiado muestra, como se ha visto, un extraordinario dinamismo, puesto que se ha multiplicado casi catorce veces (13,8) desde 1929, mientras la población se ha cuadruplicaba (3,9 veces). Durante el desarrollismo la tasa de crecimiento se acelera constantemente. Alcanza un promedio anual de 2,2% en el ciclo 1929-46 que incluye la Gran Depresión, durante la cual el PIB sufrió el mayor desplome de la historia, cayendo casi a la mitad (- 44%) entre 1929 y 1932. Luego, el crecimiento se acelera a un 3,5% anual entre 1946-58 y alcanza un máximo de 4,1% durante el ciclo 1958-1971, a medida que el desarrollismo alcanza su cima.

Durante el consenso de Washington, en cambio, el crecimiento es mucho más fluctuante, bajando a 2,3% anual durante el ciclo 1971-81, es decir, una tasa similar a aquel que incluye la Gran Depresión. Luego salta a 5,0% durante el ciclo siguiente, que se extiende de 1981 a 1997. El que está actualmente en curso todavía no alcanza su punto máximo y hasta el momento promedia un crecimiento de 3,5% entre 1997 y 2006 (Tablas 8 y 9).

El período del consenso de Washington y en particular el reinado de los “Chicago Boys” bajo la dictadura de Pinochet, incluye las dos mayores crisis económicas del siglo después de la Gran Depresión. La primera se prolonga desde 1973 a 1975 y durante su curso el PIB cae un 18%. El peor año es 1975 cuando el PIB cae un 12,9%. La segunda se desata en 1982 y su fase depresiva se extiende hasta 1985. En esos años la economía cae un 16% y la cesantía alcanza a uno de cada tres trabajadores, incluidos aquellos contratados en los programas de empleo de emergencia (Tablas 8 y 9, UC 2000, Riesco 1988).

Le sucede, sin embargo, la década de crecimiento más rápido que se haya registrado, que se extiende hasta 1997. Durante la misma, la economía experimenta varios años de crecimiento cercano al 8%, lo que le permite recuperarse de los efectos de la crisis y lograr un promedio de 5,0% anual para el ciclo en su conjunto. De este modo, el ciclo 1981-1997 supera incluso al de 1958-1971, que era hasta entonces el más dinámico de la historia de Chile.

Si se comparan los dos períodos estratégicos analizados considerados en su conjunto, se aprecia que el PIB ha crecido algo más rápido durante los años del consenso de Washington. Hasta el momento, y sin completarse aún el ciclo en curso, el crecimiento promedia un 3,8% anual entre 1971 y2006. Ello supera levemente el ritmo logrado durante el período desarrollista, que alcanza a 3,1% anual entre 1929 y 1971.

La diferencia entre ambos períodos es más marcada si se mide el PIB por habitante, el que crece a un ritmo anual de 1,3% durante el primero y 2,1% en el segundo. Sin embargo, ello se debe en parte importante a que la población reduce su ritmo de crecimiento hacia fines del siglo, justo en el momento en que el crecimiento se acelera al máximo.

Cantidad y calidad

Sin embargo, un análisis más cuidadoso de ambos períodos permite comprobar otras diferencias importantes, que tienen que ver con el proceso de urbanización y cambio social que discurre en el trasfondo.

Como se sabe, el PIB no contabiliza todos los productos del trabajo humano, sino solamente aquellos que se venden en el mercado a cambio de dinero. En la economía agraria tradicional, una buena parte de la jornada de los campesinos se destina al autoconsumo – las familias producen generalmente sus propios alimentos, así como buena parte de sus vestimentas, herramientas, aperos y semillas. En los viejos latifundios, asimismo, buena parte de la jornada con que los campesinos retribuían las tierras que la hacienda les asignaba, se destinaba a productos y servicios que se consumían al interior de las mismas, como la construcción y cuidado de casas patronales, artesanías de lujo, servicios personales y comilonas, que disfrutaban los hacendados y sus familias.

En cambio, el grueso de la jornada de los trabajadores urbanos se destina a productos y servicios que se venden a cambio de dinero. Ello afecta especialmente a las mujeres. A medida que se asientan en su nueva vida urbana, ellas destinan a la producción de mercancías una parte cada vez mayor de su jornada. Sin perjuicio que la misma permanece recargada como siempre de agotadoras labores domésticas. De este modo, las labores desarrolladas por unos y otros se extienden, como siempre, agotadoramente, de sol a sol. Sin embargo, sus manos parecen haber adquirido ahora el toque del rey Midas. Milagrosamente lo que tocan se transforma en oro.

Bien poco de este noble metal ven para ellos mismos, sin duda. Escasamente el que necesitan para proveerse de lo mínimo junto a sus familias. Igual o peor que antes, puesto que a veces pasan más hambre y frío que en sus días en el campo. Sin embargo, ahora compran mucho más - como escribía Lenin en “El Desarrollo del Capitalismo en Rusia.” Casi todo lo que consumen lo adquieren en el mercado.

Las cuentas nacionales y el PIB reflejan fielmente este portento. Es normal que los países en desarrollo alcancen tasas de crecimiento muy acelerado durante décadas, a medida que masas de campesinos y mujeres se incorporan al trabajo mercantil. Más tarde, en cambio, cuando este proceso se ha completado en lo fundamental, el PIB vuelve a crecer a ritmos moderados, propios de economías maduras.

En el caso chileno, es interesante verificar como este efecto se concentra especialmente durante la última parte del siglo. Es decir, una vez que la migración ya se ha completado en lo fundamental y entonces son las mujeres quiénes se incorporan masivamente al trabajo mercantil.

La dedicación creciente a labores destinadas al mercado se refleja fielmente en las estadísticas de la fuerza de trabajo, que miden la población en disposición a trabajar. Como se ha visto, ella ha venido creciendo más rápido que la población total. Como se ha hecho notar, sin embargo, ello se ha verificado especialmente en aquellos períodos donde masas importantes han migrado a las ciudades, como ocurrió durante la Gran Depresión, Especialmente, ello se ha verificado durante las últimas décadas, principalmente debido a la incorporación de las mujeres.

El efecto de todo ello sobre el crecimiento del PIB no deja de resultar asombroso. El grueso del incremento en la producción de valor a lo largo de todo el período se puede atribuir al mayor número de trabajadores mercantiles, mientras una parte menor se explica por el incremento de la productividad. Como se ha visto, entre 1929 y 2006 la productividad se triplica (2,9 veces) mientras la fuerza de trabajo se quintuplica (4,7 veces) lo que arroja el crecimiento del PIB de 13,8 veces. Este efecto, sin embargo, es mucho más marcado hacia finales del siglo.

Durante el período del consenso de Washington considerado en su conjunto la productividad por trabajador crece muy lentamente, apenas al 1,2% anual, mientras la fuerza de trabajo aumenta rápidamente al 2,6% anual. Ambos factores en conjunto componen el crecimiento promedio del PIB de 3,8% anual logrado en el período.

Lo contrario se verifica, en cambio, durante el período desarrollista, donde la productividad por trabajador venía creciendo una cuarta parte más rápido, al 1,5% anual, Sin embargo, el incremento de la fuerza de trabajo era todavía lento, alcanzando sólo al 1,6% anual en promedio – apenas dos tercios de lo que sería durante el período siguiente. La composición de ambas tasas arroja el 3,1% anual de crecimiento alcanzado por el PIB en ese período (Tablas 3, 4, Figura 1).

Figura 2 : Factores del crecimiento del PIB durante los períodos estratégicos (1929-2006)

Si se estudia cada ciclo individual, se aprecia que el crecimiento de la fuerza de trabajo era todavía lento en todos los ciclos del período desarrollista. Durante buena parte del período crece a poco más del 1,2% anual. Sólo durante el ciclo 1929-46, que incluye la Gran Crisis con el consecuente torrente de obreros desplazados hacia las ciudades, la fuerza de trabajo crece al 2% anual. La productividad del trabajo se estanca durante la crisis por razones evidentes, sin embargo, se dispara en los dos ciclos siguientes. Durante éstos alcanza ritmos nunca igualados posteriormente: 2,3% anual durante el ciclo 1946-58, y 2,8% anual en el ciclo 1958-71. En otras palabras, durante la mayor parte del período desarrollista el importante ritmo de crecimiento económico logrado se explica principalmente por el incremento en la productividad el trabajo (Figura 2, Tablas 6 y 7).

En cambio, lo contrario ocurre durante el consenso de Washington. En las turbulencias y desplazamiento posteriores al golpe militar, el crecimiento de la fuerza de trabajo más que duplica su ritmo, saltado a un 2,7% anual en el ciclo 1971-81, debido principalmente a que las mujeres trabajadoras por esos años ¡crecen al 4,5% anual! La productividad del trabajo, en cambio, de hecho disminuye durante el ciclo 1971-81, es decir, su tasa de crecimiento es negativa. De este modo, es solo “a punta” de más trabajadoras mujeres que se logra el magro incremento de 2,3% anual del PIB durante ese ciclo.

El ritmo de crecimiento de la fuerza de trabajo continúa acelerando, alcanzando el 2,9% anual durante el ciclo siguiente 1981-1997, factor que explica la mayor parte del rápido crecimiento económico experimentado durante el mismo. Adicionalmente, la productividad recupera un ritmo de crecimiento de 2,1% anual, que es significativo. Sin embargo, permanece muy por debajo de los incrementos logrados durante el desarrollismo.

Durante el ciclo en curso, el crecimiento del PIB todavía depende principalmente del aumento de la fuerza de trabajo, que mantiene un ritmo de 2,1% anual. La productividad, en cambio, ha crecido muy lento, al 1,5% anual, debido a la recesión que se extendió entre 1997 y 2003 – producto en medida importante de las políticas económicas contractivas del período.

De este modo, las elevadas tasas de crecimiento del PIB durante los dos últimos ciclos, durante los cuales se desenvuelve el reputado “milagro económico chileno,” se explican principalmente por el rápido incremento de la fuerza de trabajo en el período (Figura 3, Tablas 6 y 7).

Figura 3 : Factores del crecimiento del PIB durante los principales ciclos económicos (1929-2006)

¿Cuales son los factores que explican el aumento de la productividad experimentado durante el desarrollismo? En paralelo con el proceso de urbanización antes descrito, la fuerza de trabajo mejora su salubridad, aprende a leer y escribir y eleva rápidamente su nivel educacional. Debido a esta razón, principalmente, se produce entonces un fuerte incremento de su productividad, es decir, del valor producido en cada hora de trabajo [5].

De este modo, los países que durante su proceso de desarrollo han logrado crecimientos económicos más elevadas y sostenidas, son aquellos donde se han sumado estas dos condiciones básicas de la producción de valor: por una parte, el rápido incremento de la fuerza de trabajo disponible para labores mercantiles, y por otra, un incremento sostenido en el nivel educacional de la misma. Los países más “milagrosos” en este sentido muestran una atención muy especial al segundo aspecto. Singapur, por ejemplo, durante décadas ha venido instalando escuelas al lado de las fábricas, donde los trabajadores se entrenan en las últimas tecnologías. Corea, por su parte, ha logrado una cobertura plena en todos los niveles educacionales, incluyendo un 98% en educación superior.

De este modo, parece conveniente reiterar que el crecimiento económico se explica principalmente por el acelerado crecimiento de la fuerza de trabajo dispuesta a contratarse en el mercado. Esto, a su vez, se debe al profundo proceso de transformación social que fuerza tanto a los campesinos como a las mujeres a incorporarse a la producción de mercancías. Por otra parte, se debe al incremento de su productividad, la que se explica principalmente por la elevación de su nivel educacional.

De este modo, las cifras muestran que el famoso “milagro chileno” se origina en fenómenos muchísimo más complejos que tal o cual medida de política económica extraída de un texto de economía elemental. La causa principal del mismo radica en las grandes transformaciones que tuvieron lugar en las profundidades de la estructura socio-económica. Éstas redundaron en que millones de chilenos - y chilenas, especialmente - cambiaran bien radicalmente sus forma de vida y trabajo, incorporándose en definitiva al mercado de trabajo como modernos productores de mercancías. He aquí la madre del cordero.

Lamentablemente, como se verá, el extraordinario esfuerzo que el desarrollismo venía realizando por acompañar esta transformación con una elevación de la salubridad y capacitación de la fuerza de trabajo se interrumpió bruscamente tras el golpe militar. El país todavía no se recupera de ese inmenso daño.

Ciudades - fábricas

Las modernas ciudades de Chile, y especialmente Santiago, la capital, se ha convertido en una gigantesca fábrica. Cada mañana, mucho antes que salga el sol tal como lo hacían hasta hace poco en el campo, millones de trabajadores abordan dificultosamente el TranSantiago rumbo a todo tipo de trabajos. La mayor parte son empleados por decenas de miles de empresas privadas, por lo general pequeñas. Muchos de ellos trabajan asimismo por cuenta propia. La proporción de los primeros va creciendo aunque mucho más lentamente y a través de avances y retrocesos cíclicos. De este modo los segundos – llamados “informales” en los países en desarrollo -, lejos de extinguirse constituyen todavía un buen tercio del total de trabajadores mercantiles en Chile (Tablas 17 y 18).

Sin embargo, recientemente se ha descubierto con no poco asombro que, al menos en países como Chile, no existe una muralla china entre los trabajadores asalariados de los informales. Muy por el contrario, se trata de las mismas personas que entran y salen constantemente de trabajos asalariados de muy corta duración. Alternan éstos con trabajos informales, a veces como asalariados disfrazados, no pocos adquieren el dudoso status de “consultores.” Generalmente, sin embargo, realizan todo tipo de actividades de supervivencia “por cuenta propia.” Cuando no están cesantes derechamente.

Esto fue posible de determinar a partir de las magníficas estadísticas de las AFP chilenas, que dotaron a cada trabajador y trabajadora de una libreta individual, todas las cuales son precisadas mes a mes por las poderosas computadoras de la Superintendencia respectiva. Arrojan una instantánea de extraordinaria densidad – 7 megapixeles exactamente, es decir, siete millones de puntos individuales. ¿Que muestran estas estadísticas?

Prácticamente todos los afiliados a las AFP (96,5%) mantienen una cuenta como empleados dependientes, es decir asalariados, y la inmensa mayoría ellos (90% de los hombres, 80% de las mujeres) han efectuado aportes en su cuenta en el curso de los últimos dos años. Eso significa que estuvieron contratados como trabajadores formales en algún momento durante ese período (Tablas 17 y 18, INP-CENDA 2004).

Sin embargo, más de la mitad de ellos ha efectuado cotizaciones durante menos de 4 meses por año, en promedio. Un tercio del total, ha cotizado menos de dos meses por año, y un quinto menos de un mes por año, en promedio. En el otro extremo, solo un 11% ha cotizado con regularidad a lo largo de los 12 meses del año. Ello significa que todos ellos accedieron a empleos asalariados, pero estos duraron muy poco. ¿Que hicieron el resto del tiempo? Normalmente, trabajaron por cuenta propia, o en algunos casos como asalariados disfrazados de tales, o de “consultores,” como se ha mencionado. El resto del tiempo sencillamente estuvieron cesantes (INP-CENDA 2004).

Las estadísticas de las AFP registran asimismo que una pequeñísima parte de la fuerza de trabajo (3,5%) son trabajadores independientes asimismo estables, y que cotizan en ese carácter con bastante regularidad. Se trata de pequeños transportistas, comerciantes y, especialmente, campesinos independientes, etc..

De este modo, estas estadísticas han pintado un cuadro de la moderna fuerza de trabajo que es bien diferente al que hasta hace se poco se pensaba. La fuerza de trabajo moderna parece estar conformada entonces por un inmenso contingente de trabajadores asalariados. Sin embargo, ellos y ellas son atraídos y expulsados constantemente de empleos de muy corta duración, los que alternan con trabajos informales, con frecuentes períodos de desocupación entremedio.

Dicho cuadro se complica aún más al comprobar que no existe tampoco un muro divisorio entre las personas activas y las inactivas, especialmente cuando se trata de mujeres. El número de ellas que mantienen una cuenta activa en las AFP excede la fuerza de trabajo femenina estimada por el INE ¡en un 38%! En el caso de los hombres, en cambio, ambas cifras coinciden casi exactamente (2004) (Tablas 17 y 18). Parece difícil que la diferencia detectada puede deberse un grueso error de la oficina de estadísticas. Ello puede explicar en parte de la diferencia, pero en medida menor. El número de mujeres dispuestas a trabajar en el mercado en un momento dado se estima mediante una encuesta mensual en la cual pregunta precisamente ¿ha buscado Ud. trabajo la última semana?. (INP-CENDA 2004).

¿Como se explica entonces la enorme diferencia detectada? Lo más probable es que ocurra con la actividad de las mujeres lo mismo que se ha descubierto respecto a los trabajadores formales e informales. Es decir, que ellas atraviesen a cada rato, en una y otra dirección, la difusa frontera que separa su trabajo en el mercado y en el hogar. Las libretas de las AFP demuestran sin lugar a dudas que casi todas las mujeres trabajaron como asalariadas en algún momento en el curso de los años más recientes. Por otra parte, las encuestas del INE señalan que en un momento determinado, casi un 40% de ellas no está buscando trabajo activamente. Ello solo indica, al parecer, que constantemente ellas están entrando y saliendo de la fuerza de trabajo. Es decir, las mismas mujeres en un momento se contratan en un trabajo temporal y cotizan en la AFP, el que pierden luego y al no encontrar otro dejan de buscarlo. En el caso de los hombres, al parecer, ellos normalmente insisten buscar empleo, o se desarrollan trabajos informales.

La economía política muestra, sin embargo, que lo que determina el “toque de Midas” del trabajo humano es el hecho que éste se destine a producir para el mercado. Es decir, a efecto de aparecer en las cuentas nacionales, da más o menos lo mismo si se trata de trabajos realizados por asalariados en empresas capitalistas grandes, medianas, o pequeñas, o si trata de productores informales.

Finalmente, es importante reiterar que el PIB incluye el valor de todos los bienes “duros,” por así llamarlos, pero asimismo y crecientemente, el de los servicios – los cuales a diferencia de los primeros se consumen al mismo momento de ser producidos. La proporción de los segundos crece constantemente, a medida que la automatización reduce constantemente la proporción del trabajo destinada a producir los primeros – no sería raro que los trabajadores industriales siguieran en el futuro un destino parecido al de los obreros agrícolas, los cuales se han reducido a una fracción ridículamente pequeña de la fuerza de trabajo en la medida que los países han ido alcanzado el desarrollo. Ellos e verifica asimismo en chile, como se ha mencionado (Tablas 3, 6).

“Para que lo disfruten sus adversarios...”

Mirado desde el ángulo opuesto, el PIB se distribuye entre los salarios y utilidades, las que a su vez incluyen la ganancia del capital y la renta de la tierra – además del valor generado por los trabajadores independientes, que queda íntegro para ellos mismos. Esta distribución básica del ingreso nacional, sin embargo, se ha comportado bien distinto durante los dos períodos estudiados.

Al medir la evolución del PIB y cotejarlo con la fuerza de trabajo y los salarios, se comprueba una tajante diferencia entre los dos períodos estratégicos estudiados. Durante el desarrollismo, la combinación de un incremento moderado de la fuerza de trabajo (1,6% anual) con uno muy acelerado de los salarios (3,1% anual) derivó en un crecimiento muy rápido del pago al factor trabajo (4,7% anual), el que excedió el crecimiento del PIB en el período (3,8% anual). De este modo, los trabajadores considerados en conjunto se apropiaban al final del período de una parte mucho mayor del producto que al principio. Debido a este factor determinante, la distribución del ingreso mejoró enormemente en el país durante el período desarrollista (Tablas 3,4: Figuras 4, 5).

Durante los años del consenso de Washington considerados en su conjunto sucedió exactamente lo contrario. En efecto, el crecimiento de la fuerza de trabajo se disparó, alcanzando un ritmo muy rápido (2,6% anual), sin embargo, las remuneraciones se estancaron casi por completo a lo largo de todo el período (0,5%). Ello dio como resultado que el crecimiento del pago al factor trabajo en su conjunto se moderó sensiblemente (3,2%), mientras al mismo tiempo el del PIB se aceleraba (3,8%) hasta superarlo.

Como resultado, el conjunto de los trabajadores al final del período – que eran muchísimos más, como se ha visto – debía contentarse con una porción menor del producto que al principio. Ello redundó en un deterioro muy fuerte en la distribución del ingreso (Tablas 3,4: Figuras 4, 5).

Figure 4 : Pago al factor trabajo, por períodos estratégicos, 1929-2006

Figura 5 : Distribución del crecimiento durante los períodos estratégicos, 1929-2006

Si se analiza el mismo fenómeno en cada uno de los ciclos económicos que tuvieron lugar durante el período desarrollista, se comprueba que a pesar que el crecimiento de la fuerza de trabajo fue bastante moderado en todos ellos, el incremento cada vez más rápido de las remuneraciones fue el factor principal que explicó el crecimiento asimismo acelerado del pago al factor trabajo. Éste supera ampliamente el crecimiento del PIB en todos los ciclos, o al menos lo iguala en el segundo de ellos. Ello significa que la distribución del ingreso mejoró constantemente a lo largo de todo el período desarrollista.

Llama la atención que durante el clímax del desarrollismo, en el ciclo 1958-71, el extraordinario crecimiento de las remuneraciones (5,8% anual) determina un crecimiento más rápido aún (7,2% anual) del pago al factor trabajo. Éste casi duplica el crecimiento del PIB en el período, que asimismo es el más rápido del siglo hasta ese momento, como se ha visto (3,1% anual).

Ello comprueba que durante este ciclo los trabajadores chilenos efectivamente lograron extraordinarios avances en su condición general, y fueron asimismo retribuidos con una proporción rápidamente creciente del PIB, en un contexto en que la distribución del ingreso mejoraba muy sustancialmente (Tablas 3,4; Figuras 6,7).

Durante la hegemonía del consenso de Washington, en cambio, la cosas ocurren exactamente al revés, como se ha señalado. En efecto, las remuneraciones se reducen drásticamente durante primer ciclo de este período (-2,0% anual). En realidad, éstas se reducen violentamente inmediatamente después del golpe, cuando bajan a menos de la mitad respecto al nivel logrado en 1972. Ya se ha mencionado que éste fue el motivo y a la vez la consecuencia de la falsificación del IPC entre octubre y diciembre de 1973 (CENDA 2001). Luego se recuperan un poco, pero sólo para volver a caer durante la crisis de 1982 (UC 2000). Como se puede apreciar, éste es el único ciclo que muestra una caída en las remuneraciones reales desde que existen registros – incluido aquel de la Gran Depresión (Tablas 8 y 9).

Como se ha destacado, la fuerza de trabajo da un salto en su ritmo de crecimiento en las secuelas del golpe, y durante casi todo este período. Sin embargo, la caída de remuneraciones anotada es tan pronunciada, que el pago al factor trabajo prácticamente se estanca durante esos años (0,7% anual). Su crecimiento es muy inferior al del PIB por muy reducido que haya sido este último (2,3%). De este modo, en el primer ciclo posterior al golpe, la distribución del ingreso se deteriora muy fuertemente.

Durante el ciclo siguiente, buena parte del cual transcurre en democracia, las remuneraciones se recuperan, pero todavía muy lentamente (1,3% anual). Sin embargo, el extraordinario crecimiento de la fuerza de trabajo en el período (2,9% anual) hace que el pago al factor trabajo crezca nuevamente de modo muy rápido (4,2% anual). Sin embargo, el PIB crece en ese ciclo aún más rápido (5,0%). Por lo tanto, la participación de los trabajadores continúa deteriorándose, en un contexto de empeoramiento continuado en la distribución del ingreso y acelerado crecimiento económico (Tablas 6 a 9; Figuras 6,7).

Solamente en el curso del ciclo actual, 1997-2006, la recuperación de las remuneraciones (2,0% anual) y el crecimiento continuado en la fuerza de trabajo (2,1% anual), ha permitido que el incremento del pago al factor trabajo ( 4,1% anual) haya superado el crecimiento del PIB (3,5% anual). Esto se ha reflejado en la última encuesta de hogares, CASEN 2006, que registra una mejoría en la distribución del ingreso (Tablas 6 a 9; Figuras 6,7).

Figura 6 : Pago al factor trabajo, por ciclos, 1929-2006

Figura 7 : Distribución del crecimiento por ciclos económicos, 1929-2006

Las cifras anteriores desmienten tajantemente el mito – difundido tanto por las autoridades gubernamentales como por la prensa derechista - que la distribución del ingreso “siempre ha sido mala en Chile.” Muy por el contrario, la misma ha fluctuado bruscamente, mejorando extraordinariamente a lo largo de todo el período desarrollista, deteriorándose brutalmente tras el golpe militar y luego durante el largo ciclo del “milagro chileno.” Solamente en el curso de los años recientes, la distribución del ingreso ha mejorado muy levemente, sin embargo, está por verse cual va a ser el resultado cuando culmine el ciclo vigente.

No hay mucho misterio respecto de las causas de la evolución en la participación del factor trabajo en el ingreso nacional. Como es evidente, la correlación de fuerzas políticas y en particular la influencia de los trabajadores en la sociedad, ha sufrido cambios muy bruscos en Chile en el curso del último medio siglo. Durante el desarrollismo, dicha influencia vino creciendo de modo lento primero y luego más rápido, hasta crecer de modo decisivo durante los años de reforma y revolución. Luego se desplomó de modo violento tras el golpe militar de 1973, para crecer nuevamente en las postrimerías de la dictadura, en la medida que la movilización popular resultó decisiva para echar al dictador.

Sin embargo, la forma en que se resolvió finalmente el pacto de transición significó que dicha influencia fuese contenida de modo tajante. Ello ha sido controlado por la coalición gobernante, cuya mayor preocupación al respecto ha sido siempre contener las demandas populares, de modo que las mismas no pusieran en riesgo los delicados equilibrios de poder de la transición. Durante este tiempo, se ha mantenido en lo fundamental la exclusión general de la vida pública impuesta desde el golpe militar de 1973 a este actor social - que llegó a ser antes un protagonista principal.

Ello ha sido tolerado, sin embargo, por los trabajadores. Éstos han apoyado de modo masivo a la coalición gobernante en sucesivas elecciones y han mostrado una moderación extraordinaria en sus demandas, manteniendo un perfil extremadamente bajo. Ciertamente, ha influido el hecho que tampoco ellos han estado dispuestos a arriesgar una vuelta de la dictadura que los reprimió de modo feroz, y por cuyo término tuvieron que luchar y sacrificarse a lo largo de tantos años, en ocasiones de modo masivo y heroico. Al mismo tiempo, ellos han visto que sus remuneraciones y condición general ha ido mejorando gradualmente, a medida que una parte, aunque menor, del extraordinario crecimiento económico del período ha ido a parar a sus bolsillos. Han apreciado asimismo como el país se ha modernizado por completo.

Algo de lo anterior se refleja en las cifras que miden la actividad huelguística. Durante el último período del desarrollismo, uno de cada cinco trabajadores (18,5% de la fuerza de trabajo) participaron anualmente en paros y huelgas legales e ilegales, como promedio entre 1958 y 1973. Como se recordará, las remuneraciones crecían por esos años a una tasa muy elevada (3,1% anual).

Tras el golpe militar, en cambio, la actividad huelguística prácticamente desapareció, y menos de uno en cada doscientos trabajadores participaron en paros o huelgas entre 1973 y 1981 (0,4% de la FT), mientras las remuneraciones cayeron bruscamente (- 2,0% anual en promedio).

Durante las protestas de los años 1980 y luego del retorno parcial de la democracia en 1990, la actividad huelguística experimenta un repunte limitado, de tal modo que en promedio 5 de cada cien trabajadores participa en huelgas entre 1981 y 1995. Como se ha señalado, las remuneraciones se recuperaron moderadamente durante ese período (1,3% anual en promedio) (Tablas 12 y 13, figura 8).

La tasa de afiliación a sindicatos muestra una evolución similar.

Figura 8 : Huelgas y remuneraciones

Al timón de la gran transformación

Se ha mencionado que el período desarrollista se inicia en Chile un día 11 de septiembre de 1924, con un pronunciamiento militar originado en el marco de una importante agitación popular. Mediante el llamado “ruido de sables,” un grupo de oficiales jóvenes, entre los cuales pronto destaca la figura del entonces coronel Carlos Ibánez, obligan al parlamento a aprobar una serie de leyes progresistas presentadas por el primer gobierno de Alessandri Palma (1921-24), que la oposición conservadora había logrado bloquear hasta ese momento [6]. La alianza que se establece entonces entre los militares y un esclarecido grupo de profesionales, principalmente médicos encabezados por el Dr. Alejandro del Río, simboliza el rol asumido por la burocracia del Estado a lo largo de todo el período desarrollista.

Ellos determinan la orientación estratégica del Estado durante las décadas siguientes. Ésta se puede resumir en una sola palabra: progreso. A lo largo de todo el período desarrollista, el Estado asume el progreso, proyectado simultáneamente en los planos económico y social, como la consigna principal de su accionar.

Esas orientaciones básicas se mantienen y expanden de modo constante a lo largo de las décadas siguientes. Ellas son implementadas por gobiernos democráticos de todos los signos, entre los cuales destacan los que fueron encabezados por el Frente Popular. Su principal líder, el presidente Pedro Aguirre Cerda (1938-1941) con su consigna “gobernar es educar” muestra como las políticas sociales juegan un rol esencial en el impulso progresista del Estado en el período.

El desarrollismo alcanza su clímax durante los gobiernos del presidente Frei Montalva (1964-70) y Salvador Allende (1970-73). Durante esos años, el alza constante en la actividad política de amplias masas de la población urbana, a las cuales se pliegan por única vez el campesinado de modo generalizado, impulsa de modo asombroso la democratización general de la vida nacional.

Se acelera extraordinariamente la acción progresista del Estado, especialmente su intervención directa en la transformación social – que lo confronta crecientemente con la vieja oligarquía terrateniente. En breves años, se adoptan medidas de alcance inmenso, como la reforma agraria y la nacionalización del cobre, así como las masivas campañas de mejoramiento de la nutrición y salubridad de la población, y el extraordinario esfuerzo educacional realizado.

La acción progresista del Estado durante los gobiernos desarrollistas resalta de modo nítido en las cifras relativas al gasto público. Ya se han mencionado las cifras que muestran el espectacular desarrollo del Estado a lo largo de todo el período estudiado, pero no parece inoficioso reiterarlas: entre 1929 y 2006, mientras la población se cuadruplicaba, la FT se quintuplicaba y el PIB se multiplicaba por catorce, el gasto público se multiplicó casi treinta veces (28,7), y el gasto social cien veces (108,9) (Tablas 1,2,4 y 5).

Sin embargo, el contraste entre los dos grandes períodos estratégicos es más marcado en este aspecto que en ningún otro. Durante el desarrollismo, el gasto público crece mucho más rápido (5,4% anual) que el PIB (3,1%), mientras tanto, durante el consenso de Washington considerado en su conjunto, su aumento (3,3% anual) es inferior al crecimiento del segundo (3,8%). En otras palabras, el peso del Estado relación al PIB aumenta significativamente durante el primer período, en cambio, dicha proporción se reduce significativamente durante el segundo (Tablas 4,5 Figura 9).

En el caso del gasto social, éste crece durante el desarrollismo (7,7% anual) más del doble que el PIB (3,1%), mientras se estanca relativamente durante el consenso de Washington, puesto que si bien continúa creciendo rápidamente (4,6%) su ritmo se acerca más al crecimiento del PIB (3,8%) (Tablas 4,5 Figura 9).

Figure 9 : Gasto público, 1929-2006

Si se analizan los períodos en mayor detalle, se aprecia que a lo largo del desarrollismo tanto el Estado en su conjunto como las políticas sociales crecen significativamente más rápido que la economía, en todos los ciclos. Sin embargo, la gran expansión de ambas tiene lugar a medida que esta estrategia alcanza su cima, durante el ciclo 1958-1973. Durante esos años, el crecimiento del gasto público total (7,9% anual) y especialmente el gasto social (13,9%) alcanzan niveles nunca logrados posteriormente. Ello refleja adecuadamente la inmensa importancia que adquieren en ese momento las políticas públicas y en particular la política social.

Durante la dictadura, en cambio, se desmantela drásticamente el Estado en su conjunto y las políticas sociales en particular. Ello ocurre especialmente tras el golpe de Estado, lo que se refleja la reducción durante el período 1973- 81tanto del gasto público (-2,6% anual promedio) como del gasto social (-1,6% anual).

Tras el retorno de la democracia, el Estado y las políticas sociales se recuperan vigorosamente, lo que se refleja en el crecimiento del gasto público (6,3% anual) y el gasto social (7,3%) durante el ciclo 1981-1997, y también durante el ciclo siguiente (5,1% y 6,0%, respectivamente) (Tablas 4,5; Figura 10).

Figure 10 : Gasto público, por ciclos, 1929-2006

Posiblemente no existe mejor indicador que la educación para mostrar el gran contraste entre ambas estrategias Estatales, así como la forma extrema y dañina que adquiere en Chile la segunda de ellas.

En efecto, durante el desarrollismo se puede apreciar el crecimiento muy rápido tanto del gasto público educacional (6,9 % anual promedio), como en el número total de alumnos matriculados en el conjunto del sistema educacional, en todos los niveles (3,4% anual). Este último crece mucho más rápido que la población en el período (1,8% anual). Durante el consenso de Washington considerado en su conjunto, en cambio, el crecimiento del gasto público educacional se estanca (2,3% anual promedio), muy por debajo del PIB (3,8%). Las matrículas totales en todos los niveles (1,2% anual), tanto en el sistema público como el privado, crecen menos que la población (1,7% anual). De este modo, la proporción de matriculados respecto de la población total experimenta una baja en el período en su conjunto (Tablas 4,5; Figura 11).

Figure 11 : Educación, 1929-2006

El mayor esfuerzo educacional lo realizan los gobiernos de Frei Montalva y Allende, sin desmerecer el de Alessandri Rodríguez que los antecede. Ello se evidencia en el ritmo muy rápido que logra el crecimiento del gasto educacional (13,2% promedio anual), así como las matriculas totales (5,4%) y especialmente las del nivel superior (12,3%), en el período 1958-1973 (Tablas 10 y 11, Figuras 12, 13).

Lo contrario ocurre con posterioridad al golpe de 1973, El desmantelamiento del sistema educacional público por parte de la dictadura fue brutal. Se expulsó y reprimió masivamente a profesores y alumnos, se prohibieron materias y quemaron libros, cerraron escuelas y el instituto pedagógico fue expulsado de la universidad, se despedazaron las universidades nacionales en sedes regionales y las escuelas públicas se desperdigaron en cientos de municipios. El gasto educacional se redujo a la mitad, estableciéndose además un sistema de financiamiento mediante “vouchers,” que impide al Estado allegar a sus escuelas mas recursos que aquellos que entrega al mismo tiempo a las escuelas privadas, a cuyos dueños en cambio, se los subsidia generosamente para que inviertan en las suyas (Riesco 2007).

Figure 12 : Educación, por ciclos, 1929-2006

Como resultado de todo ello, la última cohorte del período desarrollista alcanzó en 1974 a un total de 3.039.210 alumnos. Ello significaba que en ese año treinta de cada cien habitantes del país estaban matriculados en todos los niveles educacionales y en el conjunto del sistema educacional. Casi una década más tarde, en 1982, Pinochet había reducido el alumnado total a 2,938,601. En 1990, al término de la dictadura, la proporción de matriculados se había reducido a veinticinco de cada cien habitantes, considerando tanto aquellos inscritos en el sistema público como en el privado 8Riesco 2007).

Figure 13 : Gasto educación por alumno, por nivel, 1929-2006

Los gobiernos democráticos recuperan sensiblemente el gasto público en educación y las matrículas vuelven a crecer, aunque mucho más lentamente (Tablas 10 y 11; Figuras 12, 13). Sin embargo, el deterioro brutal ocasionado por la dictadura no ha logrado revertirse todavía, a pesar de los esfuerzos realizados a partir de 1990. Ello debido especialmente a que el sesgo privatizador se ha mantenido. Todo el fuerte aumento paralelo del gasto privado y buena parte de la recuperación del gasto público se ha concentrado en establecimientos privados, sin embargo, solo los sectores de mayores ingresos logran acceso a educación de buena calidad (Riesco 2007).

Todavía el 2006, el número total matriculado equivale a veintisiete de cada cien habitantes del país ¡menos que lo logrado por el desarrollismo hace tres décadas! En paralelo, los cambios ocurridos en la pirámide poblacional - donde se ha reducido relativamente la proporción de jóvenes, la que continúa siendo muy elevada - han permitido elevar la cobertura educacional.

Sin embargo, el país se ha retrasado seriamente en el nivel superior, donde actualmente el gasto por alumno es la mitad que treinta años atrás y todavía solo uno de cada tres jóvenes alcanza el nivel terciario. Mientras tanto, los vecinos Argentina y Uruguay duplican estos índices, y otros países que han alcanzado el desarrollo logran cobertura terciaria aún mayor, como el ya mencionado 98% de Corea (Riesco 2007, Tablas 10 y 11, Figura 13).

El daño hecho al país por el atentado contra el sistema educacional por parte de la dictadura – fruto del revanchismo extremista que caracteriza en Chile la estrategia del consenso de Washington - parece ser incluso mucho mayor. En efecto, como se ha mostrado en las cifras de más arriba, la menor inversión en educación durante este período puede ser la causa principal del severo estancamiento en la productividad de la fuerza de trabajo que se evidencia durante el mismo. De este modo, en lugar de alcanzar ritmos de crecimiento sostenidos tanto sobre el extraordinario incremento de la fuerza de trabajo orientada al mercado y el aumento de productividad de la misma, el “milagro” chileno parece haber descansado exclusivamente sobre el primer factor.

Ver Cuadros Anexos

Bibliografía

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Todos los antecedentes anteriores están disponibles en: www.cendachile.cl/educacion y www.cendachile.cl/reforma_previsional

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Yahoo! Finance. http://finance.yahoo.com/ visitado 17 de mayo 2006.

Índice General

CHILE: RESULTADOS DE LAS ESTRATEGIAS DEL ESTADO A LO LARGO DE UN SIGLO........... 1

Presentación........... 2

Resumen........... 3

Abstract........... 5

Introducción........... 8

El Ascenso Cíclico de la Economía........... 11

Resultados de las Estrategias del Estado en Un Siglo de Desarrollo Económico y Social........... 14

Continuidad y .......... 14

Cambio....... 19

La gran transformación... 19

La compleja montaña rusa del producto interno bruto (PIB)... 26

Al timón de la gran transformación... 43

Bibliografía........... 51

Índice de Tablas........... 54

Índice de Figuras........... 55

Cuadros Anexos........... 56

Ver Cuadros Anexos

Ver Cuadros Anexos

http://cep.cl/Cenda/Cen_Documentos/Pub_MR/Ensayos/Estrategias_Siglo/Estrategias_Siglo_Anexos.pdf

Índice de Tablas

Tabla 1 : Períodos... 57

Table 2: Población por períodos... 58

Table 3: Población por ciclos económicos y períodos... 60

Tabla 4 : Ciudades por períodos... 61

Table 5: Ciudades por ciclos económicos y períodos... 62

Tabla 6 : Fuerza de Trabajo por períodos... 62

Table 7: Fuerza de Trabajo por ciclos económicos y períodos... 64

Tabla 8 : Producto Interno Bruto (PIB) y Remuneraciones, por períodos... 65

Table 9: Producto Interno Bruto (PIB) y Remuneraciones, por ciclos económicos y períodos... 66

Tabla 10 : Gasto público – Educación, por períodos... 67

Table 11: Gasto público – Educación, por ciclos económicos y períodos... 68

Tabla 12 : Producción, por períodos... 69

Table 13: Producción, por ciclos económicos y períodos... 70

Tabla 14 : Sector Externo, por períodos... 71

Table 15: Sector Externo, por ciclos económicos y períodos... 72

Tabla 16 : Notas a las tablas 1 a 15... 73

Tabla 17 : Población y fuerza de trabajo 2004, Estadísticas INE y AFP - 1... 74

Table 18: Población y fuerza de trabajo 2004, Estadísticas INE y AFP - 2... 75

Tabla 19 : Productos industriales exportados, 2006... 76

Índice de Figuras

Figura 1 : La gran migración... 21

Figura 2 : Factores del crecimiento del PIB durante los períodos estratégicos (1929-2006)... 29

Figura 3 : Factores del crecimiento del PIB durante los principales ciclos económicos (1929-2006)... 31

Figure 4 : Pago al factor trabajo, por períodos estratégicos, 1929-2006... 37

Figura 5 : Distribución del crecimiento durante los períodos estratégicos, 1929-2006... 38

Figura 6 : Pago al factor trabajo, por ciclos, 1929-2006... 40

Figura 7 : Distribución del crecimiento por ciclos económicos, 1929-2006... 41

Figura 8 : Huelgas y remuneraciones... 43

Figure 9 : Gasto público, 1929-2006... 45

Figure 10 : Gasto público, por ciclos, 1929-2006... 46

Figure 11 : Educación, 1929-2006... 47

Figure 12 : Educación, por ciclos, 1929-2006... 48

Figure 13 : Gasto educación por alumno, por nivel, 1929-2006... 49

Ver Cuadros Anexos

http://cep.cl/Cenda/Cen_Documentos/Pub_MR/Ensayos/Estrategias_Siglo/Estrategias_Siglo_Anexos.pdf

CHILE: RESULTADOS DE LAS ESTRATEGIAS DEL ESTADO A LO LARGO DE UN SIGLO

Manuel Riesco

Versión: 23-10-07 0:15

Cuadros Anexos [7]

Tabla 1 : Períodos

Table 2: Población por períodos

Table 3: Población por ciclos económicos y períodos

Tabla 4 : Ciudades por períodos

Table 5: Ciudades por ciclos económicos y períodos

Tabla 6 : Fuerza de Trabajo por períodos

Table 7: Fuerza de Trabajo por ciclos económicos y períodos

Tabla 8 : Producto Interno Bruto (PIB) y Remuneraciones, por períodos

Table 9: Producto Interno Bruto (PIB) y Remuneraciones, por ciclos económicos y períodos

Tabla 10 : Gasto público – Educación, por períodos

Table 11: Gasto público – Educación, por ciclos económicos y períodos

Tabla 12 : Producción, por períodos

Table 13: Producción, por ciclos económicos y períodos

Tabla 14 : Sector Externo, por períodos

Table 15: Sector Externo, por ciclos económicos y períodos

Tabla 16 : Notas a las tablas 1 a 15

Table 17: Afiliados Activos Sistemas Previsionales y Fuerza de Trabajo, Diciembre 2004

Tabla 18 : Población y fuerza de trabajo 2004, Estadísticas INE y AFP - 1

Table 19: Población y fuerza de trabajo 2004, Estadísticas INE y AFP - 2

Tabla 20 : Productos industriales exportados, 2006

[1] El documento de trabajo presenta los antecedentes estadísticos que respaldan el capítulo correspondiente del libro del autor Chile Tras el Parto de un Siglo. Una Mirada al Mundo desde la Izquierda de América Latina. Se basa principalmente en la recopilación realizada por la Facultad de Economía y Administración de la Universidad Católica de Chile por un equipo de investigadores dirigido por el profesor Rolf Lúders

[2] This paper was written as a background reasearch for the corresponding chapter of the book of the same author Chile Tras el Parto de un Siglo. Una Mirada al Mundo desde la Izquierda de América Latina. It is based mainly in the important recopilation done by a reasearch team of Facultad de Economía y Administración de la Universidad Católica de Chile, led by professor Rolf Lúders

[3] Los bienes y servicios importados se incorporan al flujo de mercancías de la economía interna en general, donde son registrados en las cuentas nacionales. Sin embargo, puesto que evidentemente no representan valor producido internamente, se debe descontar todo su valor CIF al momento de calcular el PIB. Con las exportaciones ocurre lo contrario, puesto que las mismas si contienen valor agregado en el país, sin embargo su precio final no aparece registrado internamente, puesto que se realizan en el exterior. Por este motivo, su valor FOB se suma al momento de calcular el PIB. De este modo, el PIB no registra la suma de exportaciones e importaciones, sino su diferencia neta, es decir, la balanza comercial. Por lo demás, como se sabe, el grueso de las últimas consiste en combustibles y otros bienes intermedios, así como maquinarias y equipos, los cuales representan a su vez buena parte del valor de las primeras.

[4] El proceso que se describe en general consiste en la llamada acumulación originaria del capital. Dichoproceso en genaral fue descrito por Marx en El Capital y consiste en general en la acumulación de obreros, es decir, masas de trabajadores libres en un doble sentido com ddice Marx. Libres por una parte de vender sufuerza de trabajo a quién quieran, pero obliigados a ello al mismo tiepmo, puesto que han sido “liberados” de medios de vida y producción que les permitan trabajar para si mismos. Este proceso ha coincidido en general con la migraciçon del campo a la ciudad, sin embrago ha asumido también diversas otras formas, entre las cuales se cuantan la incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo y la inmigración, principalmente.

Resulta asombroso desde el punto de vista teórico que es ésta pareciera continuar en la actualidad aún en las economías más desarrolladas e incluso en el país que fue la cuna de la producción capitalista. Es decir, la acumulación originaria continúa teniendo lugar ¡en Inglaterra!

Las cifras al respecto son bien impresionantes. El banco Goldman Sachs acaba de publicar un estudio acerca de la inmigración en Europa y los EE.UU. (Financial Times 070821) en el cual consigna un importante incremento del fenómeno. Las personas nacidas fuera del continente europeo han aumentado desde alrededor de un 2% - 4% en 1960 a aproximadamente un 8% -13% en la actualidad. Los países que más han aumentado sus inmigrantes han sido Italia (de 2% ha subido a 13%), Alemania (de 3% a 12%) y España (desde menos de 1% a 10%), especialmente después del 2000. El aumento ha sido menor en el Reino Unido (3% a 8%) y Francia (7% a 9%). Llama poderosamente la atención que los EE.UU., que durante el siglo XIX y principios del XX se conformó como un país de inmigrantes, hoy día tiene una proporción similar de personas nacidas en el extranjero. Ésta de hecho baja hasta 1970, cuando alcanza un mínimo de 4% y luego se recupera hasta alcanzar un 11% en la actualidad.

Sin embargo, la cifra del estudio referido que resulta más impactante es que entre 2001 y 2005, el ritmo de inmigración en la llamada Europa de los 15, alcanzó un promedio de 0,5% de la población total por año - similar a los EE.UU. -, agregando un total de 8,7 millones de personas, dos tercios de ellos a España. Esta cifra parece moderada, sin embargo, ella resulta comparable a la velocidad de inmigración campesina en Chile a mediados del siglo XX, cuando esta alcanza su máxima velocidad. En ese momento, como se muestra más abajo, un número de personas equivalente al 0,8% de la población total migraba cada año del campo a las ciudades, principalmente a Santiago. Por cierto, el estudio referido así como varios otros publicados recientemente muestran como el crecimiento de la fuerza de trabajo debido a la inmigración explica buena parte del crecimiento económico reciente en los países señalados, especialmente España y el Reino Unido. Lo mismo ocurre en Chile a lo largo de un siglo, como se verá. Sin embargo, lo que resulta asombroso es que la magnitud del fenómeno en los países más desarrollados alcanza en la actualidad un orden de magnitud similar al que presentaba en un país subdesarrollado como el Chile de los años 1950.

[5] La economía política clásica se fija mucho en este aspecto y concluye que el valor producido depende principalmente de dos factores. Por una parte, del tiempo de trabajo total, es decir, del “desgaste general de energía, cerebro y músculos,” como dice Marx. Por otra, de la complejidad del trabajo realizado, la que depende principalmente del nivel educacional de la fuerza de trabajo. Todo ello opera, ciertamente, solo cuando el trabajo se aplica sobre productos y servicios destinados al mercado.

Contrariamente al sentido común, la tecnología no genera valor. Mas bien ocurre al revés, siempre contribuye a reducir la cantidad de valor de las mercancías en cuya fabricación se utiliza, como todo el mundo sabe. Lo que si sucede, en cambio, es que el trabajo con mejor tecnología absorbe parte del valor producido por trabajadores que utilizan una tecnología inferior al interior de la misma rama. Ello sencillamente porque el valor individual de las mercancías respectivas se determina por el trabajo total de unos y otros en el mercado en su conjunto. Puesto que los trabajadores que utilizan la tecnología superior generan muchos más productos en el mismo tiempo que sus colegas que trabajan “a la antigua,” y como el valor de cada una de ellas es el mismo, la maquinaria de los primeros se transforma en una especie de aspiradora del valor creado por los segundos.

Dicho sea de paso, la renta de la tierra actúa de modo muy similar a la tecnología. En el caso de las ramas que descansan sobre recursos naturales y otros factores fijos – cuyos propietarios, si no son unos imbéciles, cobran renta por acceder a los mismos cuando escasean -, estos actúan asimismo como aspiradoras de valor desde otras ramas que no los requieren. Del mismo modo, aquellos de mejor calidad absorben valor desde los de peor calidad.

El resultado principal es que los capitalistas más innovadores se embolsan de este modo una “plusvalía extraordinaria,” como la llama Marx. Ésta constituye el principal acicate del progreso tecnológico en el capitalismo. Ni más ni menos que aquello que le otorga su carácter revolucionario en este aspecto (los rentistas en cambio, igual se embolsan valor generado en otros lados, pero no son nada de progresistas, sino muy por el contrario, tiene merecida fama de parásitos). Sin embargo, no agrega ni un ápice de valor (la tierra y otros recursos naturales tampoco).

La tecnología si influye sobre los precios de las mercancías, puesto que éstos suben por encima del valor en las ramas industriales más intensivas en este aspecto del capital, es decir, las que requieren más inversiones en medios de producción. Lo contrario ocurre en aquellas menos intensivas en este tipo de inversiones. Sin embargo, estas diferencias solo reasignan el valor entre las diferentes ramas, mientras a nivel general los precios y valores coinciden exactamente. De paso, éste constituye el gran aporte de Marx a toda esta conceptualización, el mérito del resto pertenece a los economistas clásicos, especialmente Smith y Ricardo.

En estricto rigor, existe un efecto indirecto de la tecnología sobre la producción de valor, por cuanto usualmente el trabajo con maquinaria es más intensivo, hay “mas desgaste energía, de cerebro y músculos,” como diría Marx, sin embargo, su efecto es menor. Asimismo, las máquinas transfieren gradualmente su valor a los productos a medida que se amortizan, pero este efecto es asimismo menor y no incide sobre la creación de valor nuevo.

[6] Las realizaciones de la dictadura de Ibánez en el plano de la creación de las instituciones es bien impresionante. En pocos años, se crean buena parte de las principales instituciones del Estado moderno, incluyendo aquellas relacionadas con la economía y aquellas con la política social. Ello se puede ejemplificar recordando que simultáneamente se crean el Banco Central, el Servicio de Seguro Social, y la Contraloría General de la República, entre muchas otras (Illanes-Riesco 20007).

[7] Disponibles en formato Excel en: http://cep.cl/Cenda/Cen_Documentos/Pub_MR/Ensayos/Estrategias_Siglo /Estrategias_Siglo.xls y en formato PDF en: http://cep.cl/Cenda/Cen_Documentos/Pub_MR/Ensayos/Estrategias_Siglo/Estrategias_Siglo_Anexos.pdf .